BOSCH: CUENTO EL SACRIFICIO


Otro cuento de Juan Bosch no incluido en sus libros ni antologado todavía> El Sacrificio
Por: Alejandro Paulino Ramos
(Publicado en la revista Vetas, Santo Domingo, número 86, agosto del 2008)
(La imagen reproducida a la derecha, apareció en el periódico El Caribe, del 20 de diciembre de 1962. Ese día, Juan Bosch fue electo presidente de la República Dominicana, dando inició al gobierno más democrático conocido por los dominicanos en el siglo xx. El 25 de septiembre de 1963, fue derrocado, para desgracia de la nación, por una coalición de fuerzas: los militares, la iglesia católica, la oligarquía y embajadas extranjeras. Sea la publicación del cuento "El Sacrificio"un sencillo aporte de este blog, a la memoria del maestro, a su ciento nueve años de su nacimiento.

Juan Emilio Bosch nació en La Vega en 1909. Desde joven escribió y colaboró en periódicos y revistas, entre ellos El Mundo y el Listín Diario, donde apareció por primera vez «El prófugo», reproducido en nuestra edición anterior, el número 85 de Vetas. Viajó a Europa en 1929, y en su estadía en el extranjero, especialmente en Barcelona donde vivió, acrecentó su afición literaria y antes de regresar al país sus cuentos fueron publicados en revistas cubanas, puertorriqueñas y costarricenses. Regresó al país en 1931 y de inmediato reinició la publicación de sus escritos en el Listín Diario y la revista Bahoruco. A partir de ese año fue cuando los lectores dominicanos comenzaron a tomarlo en cuenta, llegando algunos a creer que el nombre de Juan E. Bosch era seudónimo de otro escritor dominicano. «El Sacrifico», que inserto en «Pasado por Agua», no aparece en las antologías que sobre el insigne escritor han circulado. Fue escrito por Bosch mientras se encontraba en Barcelona, España, y publicado en el Listín Diario del 21 de junio de 1931. Se trata, sin duda alguna, de un un texto de un valor literario muy elevado, fuera de lo común, y realmente nos extraña que Bosch no lo haya publicado en uno de sus libros de cuentos.


La revista Vetas tiene ya en su colección una numerosa producción de Juan Bosch que había sido desconocida o muy poco conocida en las tres últimas décadas del siglo XX y en la primera del XXI. El encanto que emanó siempre de la figura de Bosch, de su discurso político, de su presencia en fin en el escenario nacional, en el contenido de su labor literaria crece como una ola gigantesca que nos subyuga a todos, incluso a los que puedan haber sido sus adversarios. Esta reserva valiosa de la obra literaria de los tiempos de sus inicios, las décadas de los años veinte y treinta del siglo pasado, ha sido rescatada para Vetas por Alejandro Paulino Ramos, colaborador valiosísimo de esta revista; como también hemos recibido de otros amigos textos extraordinarios de Bosch que hemos insertado en ediciones anteriores. La riqueza enorme de la colección de Vetas, inconmensurable, tiene su certidumbre en estos contenidos. Indudablemente investigadores históricos y literarios del presente y del futuro están llamados a realizar esta labor. Lo que advertimos es que la revista Vetas, con sus colaboradores permanentes y ocasionales, facilita esa labor cuando no la realiza. Loado sea Juan Bosch.

"El Sacrificio"
Por Juan E. Bosch
Amaneció plomizo el día. Parecía que alguien hubiese pasado por los cielos una gran brocha embadurnada en gris. A ras de mar los encajes amarillentos de la niebla ponían su nota de demacración. Se perseguían las olas, furiosa cada una por alcanzar la otra, con una soberbia que aullaba. En la tierra, un poco adentradas, viejas barcas cansadas ofrecían a los cielos sus vientres hinchados que la carcoma hoyó. Y dormían de lado las embarcaciones jóvenes recibiendo caricias saladas.
Tendidas en la playa, como alas tronchadas de algún ave gigantesca, dos velas se arrugaban con la misma brisa que en días de calma las preñaba… No había luz de sol y era el vacío brumoso como el agua sucia. Hablaban varios hombres, sentados algunos en la borda de un viejo cascarón:

—¡Muy mal día¡ — Y van cuatro así. Allá en el horizonte un cuchillo de sol rasgó las nubes y plateó las aguas.
Y los hombres de mar, esperanzados, clavaron en el girón de cielo recién iluminado sus ojos que las tempestades habían serenado.

El sol volvió a esconderse. El grupo se fue deshaciendo, desparramándose los hombres, y el día seguía plomizo. Cuando quedaron solos, dirigiéndose al hijo, lleno de mansedumbre dijo:

—Apareja muchacho porque necesitamos trabajar— El rapaz le miro hondamente, casi con ternura, y él, comprendiendo, inquirió:

—¿Tienes miedo? —No papá, eso no -contesto- pero... es una imprudencia.

Tenía razón el hijo. Era una locura tirarse al mar un día como éste, pero los demás tenían hambre… El muchacho se alejó con paso tardo.

Le vio inclinarse a recoger la vela y poner luego en la barquita las redes, un remo, unas cuerdas, una vasija y el arpón.

Estaba haroneando, deseoso de que el padre se arrepintiese. Era fuerte, tanto como cualquier hombre hecho; estaba curtido en los trabajos del mar; no temía nunca y las tempestades lo entusiasmaban.

¿Por qué hoy estaba tan miedoso? Se le acerco y como lo viera distraído lo amonestó:

—Anda muchacho, anda. Es muy tarde ya.

Empujaron los dos la barca hasta el agua. El hijo entró primero y él le dio, los pies mojados en las últimas greñas de las olas, el impulso.
A pesar de ser esperado el huracán les asombró. Cayeron de improviso rachas de lluvia que parecían trapos grises tremolados al viento. Las olas comenzaron a agrandarse y rugían como truenos.

La barquita se doblaba y los golpes de agua la hacían crujir. El muchacho, hábil, tumbó la vela y comenzó a vaciar el barquichuelo que recibía pedazos de olas. El temporal arreció. Se alzaba la embarcación como si mil manos hercúleas la levantaran.

El padre estaba pegado del timón, paralizadas por el esfuerzo las manos férreas y acerados los ojos que ni la sal del mar lograba hacer pestañear:

—¡Ánimo, mi hijo, ánimo! La lluvia llenaba el bote. El hijo, pálido de terror y mareado, se dejaba caer en cada golpe de ola, revolcado entre la estrechez de la barquita.

—¡Recoge las redes, muchacho! Él mismo las haló, abandonando el timón. Por la proa asomó una ola gigantesca cuyas espumas daban la impresión de dientes trituradores de algún monstruo ignorado. Enfiló y la recibió de frente.

El barquito se zarandeó y gimió como animal herido.

—¡Achica, que éste pasa; ánimo¡ El rapaz no oía las exhortaciones. Pálido hasta parecer verde, enloquecido por el mareo y el miedo, nada importaba para él una volcadura.
Las voces del viejo marino se perdían entre el estrépito del mar enfurecido. El bote bailada cada vez que alguno se movía. Y el mismo viejo comenzaba a flaquear. Como producto del instinto, su garganta modulaba roncamente:

—¡Ánimo, mi hijo, ánimo! El barquito era muy pequeño. Los dos no podían maniobrar; sus bordas se pegaban al mar como la boca de un animal sediento que busca agua.

De súbito el viejo se paró tambaleando. Se le contrajeron las manos en un gesto de impotencia la boca en una muesca de locura. Quiso apartar, desesperado, con sus dedos fuertes de lobo de mar, la cortina de la lluvia. El hijo también se incorporo.

En medio del estruendo trágico de la tempestad el viejo creyó oír:
—Yo soy un estorbo, papá…. Y luego, como una sombra de fantasma, el hijo saltó.

Medio idiotizado y casi ciego, enloquecido de terror el padre quiso atajarle, en una suprema elasticidad, extendidas las manos implorantes, y apenas pudo ver en la cresta de una ola, azotada por el vendaval como una bandera de tragedia, la chaqueta del suicida.

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