Betances, Meriño, Luperón: profetas de la antillana, combatientes de nuestra libertad
Félix Ojeda Reyes
Intentaremos
escudriñar un tema pobremente estudiado por los investigadores de nuestra
región: la pasión del doctor Betances por la libertad e independencia del
pueblo dominicano. Los vínculos con el mundo de Quisqueya serán examinados a la
luz de un conjunto de documentos inéditos que desde 1920 se encuentran en manos
privadas. Se trata de un valioso libro copiador de cartas con los hombres de gobierno
de la República Dominicana. Sobresalen, entre otras, las misivas del doctor
Betances dirigidas a Gregorio Luperón, Fernando Arturo de Meriño, Ulises
Heureaux y Eugenio Generoso de Marchena
RESUMEN
Hoy es un
día muy especial para nosotros. No sólo porque le rendimos homenaje de
admiración y respeto a la figura cumbre del patriotismo puertorriqueño, sino porque lo hacemos conjuntamente
con ilustres colegas de las Antillas hermanas. Efectivamente, hoy es un día muy
especial, pues nos congrega en este recinto el sentimiento de la solidaridad
entre los países de la región del Caribe, esos países nuestros a los cuales
dedicó el doctor Betances sus mejores esfuerzos, sus mejores servicios. Además
de Padre de la Patria puertorriqueña, todos conocen a Betances como El
Antillano. No puede tener apelativo más apropiado.
El concepto de la antillanidad es tan real, tan vital, tan urgente para Betances que todas nuestras tierras parecen una, no importa la lengua que hablen. Tanto que estando en Haití estaba en Cuba, Puerto Rico y Santo Domingo. Sin haber podido volver a pisar tierra puertorriqueña después de 1867 y sin haber estado jamás, jamás en Cuba, desde Haití o desde San Thomas, desde Santo Domingo o Curazao, desde Inglaterra o París, el único norte de su vida es la libertad, no sólo política sino humana, de los esclavizados hijos de todas las Antillas. Médico cirujano egresado de la Universidad de París, Ramón Emeterio Betances (1827-1898) interviene en múltiples campos de la medicina y de la ciencia. Escribe sobre obstetricia, urología y oftalmología, trabaja e investiga las causas del aborto y los orígenes del tétano, hace experimentos con la fibra del ramio, promueve la salud pública y es un abanderado de la higiene y la vacunación. Primer secretario de la embajada dominicana en París, delegado en Europa de la República de Cuba en armas, benefactor de la hermana República de Haití y defensor tenaz de la independencia filipina. Hombre de una sola pieza, Betances cultiva el periodismo, escribe poemas, es novelista, diplomático, abolicionista e internacionalista, pro-mueve nuestro Grito de Lares, vive enamorado del proyecto confederativo antillano y nunca deja de pensar en el mejora-miento general de los pueblos del Caribe. En esta ocasión voy a tratar de escudriñar un tramo de su vida en espera de nuevos estudios, en espera de mayor investigación: su compromiso con la libertad e independencia del pueblo dominicano. Pero por favor no me vean cual agente de una cofradía cultural misteriosa o antagónica. Yo no vengo a esta casa de hermanos a hacer alardes de conocimientos en la historia del Caribe. Sin embargo, sería deplorable ignorar, pasar por alto, todas las gestiones que el impenitente revolucionario de Cabo Rojo hizo por esta patria de sus antepasados. Resulta pertinente añadir que los vínculos con el mundo de Quisqueya serán examinados a la luz de un conjunto de documentos que desde 1920 se encuentran depositados en manos privadas. Se trata de la Colección Giusti, un valioso libro copiador de cartas que la viuda de Betances, Simplicia Isolina Jiménez Carlo (1842-1923), regala a esa familia de San Juan en agradecimiento por su ayuda para que ella pudiera trasladarse a Puerto Rico, junto a los restos de su esposo. La colección goza de incalculable valor. Reúne 299 folios que abarcan 169 cartas suscritas por el doctor Betances, la inmensa mayoría de ellas desconocidas hasta el momento. El libro copiador corresponde a los años 1883 -1884 y es principalmente un epistolario con los Azules, aquellos patriotas de antaño que supieron garantizar la independencia de la nación dominicana. Sobresalen, entre otras, las misivas dirigidas a Gregorio Luperón, Fernando Arturo de Meriño, Ulises Heureaux (cuando era patriota, claro está, Eugenio Generoso de Marchena, Casimiro Nemesio de Moya, Jacobo Pereira, Vicente Flores y Eliseo Grullón.
El concepto de la antillanidad es tan real, tan vital, tan urgente para Betances que todas nuestras tierras parecen una, no importa la lengua que hablen. Tanto que estando en Haití estaba en Cuba, Puerto Rico y Santo Domingo. Sin haber podido volver a pisar tierra puertorriqueña después de 1867 y sin haber estado jamás, jamás en Cuba, desde Haití o desde San Thomas, desde Santo Domingo o Curazao, desde Inglaterra o París, el único norte de su vida es la libertad, no sólo política sino humana, de los esclavizados hijos de todas las Antillas. Médico cirujano egresado de la Universidad de París, Ramón Emeterio Betances (1827-1898) interviene en múltiples campos de la medicina y de la ciencia. Escribe sobre obstetricia, urología y oftalmología, trabaja e investiga las causas del aborto y los orígenes del tétano, hace experimentos con la fibra del ramio, promueve la salud pública y es un abanderado de la higiene y la vacunación. Primer secretario de la embajada dominicana en París, delegado en Europa de la República de Cuba en armas, benefactor de la hermana República de Haití y defensor tenaz de la independencia filipina. Hombre de una sola pieza, Betances cultiva el periodismo, escribe poemas, es novelista, diplomático, abolicionista e internacionalista, pro-mueve nuestro Grito de Lares, vive enamorado del proyecto confederativo antillano y nunca deja de pensar en el mejora-miento general de los pueblos del Caribe. En esta ocasión voy a tratar de escudriñar un tramo de su vida en espera de nuevos estudios, en espera de mayor investigación: su compromiso con la libertad e independencia del pueblo dominicano. Pero por favor no me vean cual agente de una cofradía cultural misteriosa o antagónica. Yo no vengo a esta casa de hermanos a hacer alardes de conocimientos en la historia del Caribe. Sin embargo, sería deplorable ignorar, pasar por alto, todas las gestiones que el impenitente revolucionario de Cabo Rojo hizo por esta patria de sus antepasados. Resulta pertinente añadir que los vínculos con el mundo de Quisqueya serán examinados a la luz de un conjunto de documentos que desde 1920 se encuentran depositados en manos privadas. Se trata de la Colección Giusti, un valioso libro copiador de cartas que la viuda de Betances, Simplicia Isolina Jiménez Carlo (1842-1923), regala a esa familia de San Juan en agradecimiento por su ayuda para que ella pudiera trasladarse a Puerto Rico, junto a los restos de su esposo. La colección goza de incalculable valor. Reúne 299 folios que abarcan 169 cartas suscritas por el doctor Betances, la inmensa mayoría de ellas desconocidas hasta el momento. El libro copiador corresponde a los años 1883 -1884 y es principalmente un epistolario con los Azules, aquellos patriotas de antaño que supieron garantizar la independencia de la nación dominicana. Sobresalen, entre otras, las misivas dirigidas a Gregorio Luperón, Fernando Arturo de Meriño, Ulises Heureaux (cuando era patriota, claro está, Eugenio Generoso de Marchena, Casimiro Nemesio de Moya, Jacobo Pereira, Vicente Flores y Eliseo Grullón.
Puntualicemos
ahora un hecho importante. El doctor Betances es hijo de padre dominicano en
madre puertorriqueña. Mucho más, para el tiempo de esas cartas, en un acto de
desolidarización total con España, Betances renuncia a la ciudadanía metropolitana
para abrazar la ciudadanía dominicana.
También, en los documentos a los que hacemos referencia, Betances fija en 1861 el inicio de sus
gestiones de solidaridad con el pueblo dominicano. Es decir, en los momentos
cuando el presidente Santana decreta la anexión a España. No quepa la menor
duda, los independentistas de Puerto
Rico siguen de cerca el proceso restaurador dominicano. Por las calles de
nuestro país circulan manuscritos furiosos en solidaridad con el pueblo de
Quisqueya. Conmueve y es motivo de satisfacción saber que aquellos pasquines
clandestinos exhortan a la rebelión de las milicias que el gobierno colonial se
dispone enviar a Santo Domingo en auxilio de las tropas españolas. Por su
estilo y posición ideológica no cabe la menor duda de que algunas de esas
piezas sediciosas responden a la pluma del doctor Betances. Estamos viendo
entonces cómo, desde principios de la década del 1860, comienza a evidenciarse
una de las premisas estratégicas más
importantes del pensamiento
político betancino: el
antillanismo militante.
No ponemos una pica en Flandes si decimos que la intervención de España en Santo Domingo, junto a los generosos servicios que privadamente presta a la República Dominicana en los momentos de la Guerra de la Restauración, precipitan su segundo destierro de Puerto Rico. Durante esos días de extrañamiento, en la aledaña isla de San Thomas, el general Melitón Valverde le extiende nombramiento de agente diplomático de la República Dominicana en París y Londres. Lamentablemente, la representación diplomática no puede materializarse. Y Betances regresa a Puerto Rico cuando se decreta la paz en esta hermana tierra de Quisqueya. Bueno sería añadir ahora que al igual que en las guerras independentistas cubanas del siglo diecinueve, los fusiles de Betances, es decir, las armas del movimiento independentista puertorriqueño también se emplean en la República Dominicana para combatir la dictadura de Buenaventura Báez, cuando el pueblo de Quisqueya inicia su guerra de seis años contra la anexión a Estados Unidos. No debe extrañarnos, entonces, que a principios de la década del 1880 a Betances se le nombre primer secretario de la Legación de la República Dominicana en Francia y encargado de sus negocios en las ciudades de Londres y Berna.
No ponemos una pica en Flandes si decimos que la intervención de España en Santo Domingo, junto a los generosos servicios que privadamente presta a la República Dominicana en los momentos de la Guerra de la Restauración, precipitan su segundo destierro de Puerto Rico. Durante esos días de extrañamiento, en la aledaña isla de San Thomas, el general Melitón Valverde le extiende nombramiento de agente diplomático de la República Dominicana en París y Londres. Lamentablemente, la representación diplomática no puede materializarse. Y Betances regresa a Puerto Rico cuando se decreta la paz en esta hermana tierra de Quisqueya. Bueno sería añadir ahora que al igual que en las guerras independentistas cubanas del siglo diecinueve, los fusiles de Betances, es decir, las armas del movimiento independentista puertorriqueño también se emplean en la República Dominicana para combatir la dictadura de Buenaventura Báez, cuando el pueblo de Quisqueya inicia su guerra de seis años contra la anexión a Estados Unidos. No debe extrañarnos, entonces, que a principios de la década del 1880 a Betances se le nombre primer secretario de la Legación de la República Dominicana en Francia y encargado de sus negocios en las ciudades de Londres y Berna.
Durante los primeros años de la década del
1880 Betances mantiene cerrada amistad con el general Ulises Heureaux. Los
saludos de sus misivas al general (“mi querido nieto”), evidencian cariño y
familiaridad.
...En tal capacidad ayuda a mercadear los productos dominicanos en Europa, intenta desarrollar un puerto franco en la bahía de Samaná, colabora en el establecimiento del cable submarino internacional que comunicaría a Quisqueya con el resto del universo y dedica grandes esfuerzos a la institucionalización del Banco Nacional de la República Dominicana. Los documentos de la Colección Giusti ponen de relieve, entre otras tareas, una muy especial que se echa sobre sus hombros el doctor Betances. Buena parte de su tiempo o emplea en socorrer a jóvenes antillanos residentes en Francia. Betances los asesora económicamente, vela con esmero por su salud y los ubica en distintas instituciones educativas de Europa.
Resulta
importante indicar que en la Embajada de la República Dominicana en Francia se
hallan depositados múltiples manuscritos del doctor Betances. Documentos de una
historia compartida que necesitamos rescatar.
Tal vez sea esa una aportación del pueblo dominicano al proyecto que
venimos desarrollando en la Universidad de Puerto Rico para recoger y publicar
las obras del insigne prócer puertorriqueño. ...esto dice
nuestro héroe nacional: “Figúrese que estoi encargado de unos diez muchachos
distribuidos en diferentes colegios: puertorriqueños i dominicanos. Cuando
tenga doce los haré apóstoles; i si el diablo no se lleva á España ¡que me
hunda!” Jacobo Luperón es uno de esos jóvenes a quien Betances guía y asesora en
sus estudios. En cierta ocasión, al padre del adolescente,
al expresidente amigo le dice: “Jacobo está, como le dije, mui crecido. Lo he
hecho entrar en la Institución Jauffrey donde han prometido tenerlo listo para
el bachillerato dentro de pocos años”. Algo bueno saldrá de ese muchacho, piensa
Betances. Mientras tanto, observa con atención el esfuerzo de Jacobo en sus
estudios y el marcado progreso académico que en poco tiempo logra. Pero lo que
más le atrae del hijo del famoso guerrero dominicano es que se hace querer
mucho. Los documentos de la Colección Giusti dan la impresión que Jacobo es el
hijo biológico que Betances nunca puede tener. En varias ocasiones defiende al adolescente de las fuertes
críticas del general: “Jacobo sigue
bien de salud…
Le he mandado el párrafo de su carta que me parece un poco dura”,
apostilla Betances en mensaje a Luperón. Acto seguido, reitera con mucha
tranquilidad: “Es bueno
estimularlo pero no desesperarlo.
No se puede exigir de ese
niño más de lo que hace… Esa
inteligencia fina,
delicada, penetrante i ese carácter reservado i decente necesitan muchos
cuidados i no deben ser atropellados”. Carta
e Ramón Emeterio
Betances a Gregorio
Luperón, 27 de
noviembre de 1883. En la transcripción de los documentos
de Betances hemos respetado escrupulosamente la grafía original.
Betances le
habla al soldado restaurador en el lenguaje de un hermano generoso. Protegido
de Betances es también el joven Emilio de Marchena, quien luego de revalidar
sus títulos académicos logra matricularse en las escuelas de medicina
de Francia. Hay un momento, sin embargo, en que Betances se muestra preocupado.
A Emilio no le quedan dineros. Es importante que la familia
envíe la ayuda
indispensable, pues “si
salgo de París”, escribe
Betances, “quedaría el estudiante sin los recursos necesarios”. Emilio es hijo
del ministro de Hacienda y Comercio, Eu-genio Generoso de Marchena, quien lanza
su candidatura a la presidencia de la República durante la campaña electoral de
1892. Pero como era de esperarse, Marchena sale derrotado gracias al fraude fomentado
por Heureaux. En represalia, el candidato derrotado ordena congelar todos los
activos que el Presidente tenía depositados en el Banco Nacional, institución
que Marchena administraba. Seguidamente, Heureaux lo hace apresar y después de
tenerlo encarcelado durante un año, lo fusila a fines de 1893. Se comete así uno
de los crímenes más execrables de la dictadura (1886-1899)
Jacobo Luperón nace en San Thomas el 21 de
septiembre de 1871 y muere en Puerto Plata el 30 de mayo de 1896. En carta a
Hostos esto escribe Luperón: “Tal vez ya haya usted sabido por los periódicos
de Santo Domingo, la muerte de mi pobre hijo Jacobo. El destierro lo mató…
viéndose condenado a vivir en este peñón, que para un joven no tiene nada de
atractivo, aquella existencia se agotó, no teniendo otro consuelo que el de ir
a morir en su querido Puerto Plata. Tan rudo golpe me ha golpeado el alma;
porque el cuerpo lo tengo ya bastante enfermo, y a tal extremo, que estas
líneas las escribe otro por mí, pues yo no hubiera podido hacerlo”. (Carta de
Luperón a Hostos, 29 de agosto de 1896.
Para
Betances, Heureaux es “un
salvaje” que posee
una capa muy fina
“de barniz de civilización”. Nuestro héroe nacional desconfía de Heureaux. Y
para disputar su gobierno le propone a los cubanos y puertorriqueños de Nueva
York ir a Santo Domingo a establecer una base de apoyo en donde habrían de
montarse las expediciones que liberarían a Cuba y Puerto Rico del coloniaje
español: Ah ¡si la Junta Revolucionaria de Nueva York… hubiera querido
comprender mi plan! Hacer entrar á Sto. Domingo en la revolución i tener la
bandera en el mar; sublevar luego á Pto. ¡Rico i luchar las tres islas juntas…
no! eso no era delirio; i todavía lo
creo que si se hubiera hecho esa combinación tan fácil entonces hoi serían independientes
las dos Antillas…
Al doctor Betances
se le nombra primer secretario de la Legación Dominicana en Francia
precisamente cuando la República está bajo la presidencia de Fernando Arturo de
Meriño. Durante ese bienio (1880-1882), el puertorriqueño utiliza con gran
efectividad los canales diplomáticos. Su voz se hace sentir, incluso en el
Vaticano, gestionando la designación de Meriño como Arzobispo de la Nación
Dominicana. Pero ¿por qué un libre
pensador de ideas
tan radicales promueve el
nombramiento arzobispal de
un hombre tan comprometido con la Iglesia?. En 1885
queda cerrado tal capítulo cuando León XIII oficializa la designación del buen pastor
quisqueyano. El amigo de Betances ostenta la mitra hasta el momento mismo de su
muerte, acaecida en 1906. Presidente de la República, educador, escritor,
orador y político, Meriño
se ordena de sacerdote en 1856. Un año más tarde, es
electo diputado al Congreso y en 1858 sirve en la Catedral de Santo Domingo,
donde los feligreses admiran su palabra fogosa, tierna, poderosa, persuasiva. Betances
conoce a Meriño mucho antes del Grito de Lares, cuando Meriño predica en
Mayagüez, luego de ser expulsado de su país por la valiente postura que asume
al condenar la anexión de la república a España durante la presidencia de Santana.
En carta a José Francisco Basora esto dice Betances sobre Meriño: Hombre de una virtud sin manchas, de sentimientos puramente evangélicos… de firmeza probada con Báez, de talento superior, este hombre está con nosotros porque nos quiere, porque estamos oprimidos y porque sus ideas, que son las del siglo, no pueden estar de acuerdo con la dominación española. Lo estimo y lo quiero sobremanera. Ya ves que un cura que obtiene de mí semejante declaración, debe tener algo que merezca ser considerado. Dispuesto a desembarcar con nosotros. Cuando queramos…El padre Meriño, que llegaría a ser uno de los presidentes más admirados de la República Dominicana, es comisionado por el independentismo betancino para investigar si había sido natural o no la muerte del boricua Segundo Ruiz Belvis. “Meriño es una gloria para Santo Domingo y un honor para la América”, escribe Betances. Acto seguido, añade: “Sus compatriotas se honran al honrarlo. La Iglesia dominicana no encontrará jamás un sacerdote más digno, y el país no tendrá jamás un patriota más ardiente. Para dicha de la república, los grandes hombres de Santo Domingo tendrán siempre que contar con Meriño…” Ramón Emeterio Betances
En carta a José Francisco Basora esto dice Betances sobre Meriño: Hombre de una virtud sin manchas, de sentimientos puramente evangélicos… de firmeza probada con Báez, de talento superior, este hombre está con nosotros porque nos quiere, porque estamos oprimidos y porque sus ideas, que son las del siglo, no pueden estar de acuerdo con la dominación española. Lo estimo y lo quiero sobremanera. Ya ves que un cura que obtiene de mí semejante declaración, debe tener algo que merezca ser considerado. Dispuesto a desembarcar con nosotros. Cuando queramos…El padre Meriño, que llegaría a ser uno de los presidentes más admirados de la República Dominicana, es comisionado por el independentismo betancino para investigar si había sido natural o no la muerte del boricua Segundo Ruiz Belvis. “Meriño es una gloria para Santo Domingo y un honor para la América”, escribe Betances. Acto seguido, añade: “Sus compatriotas se honran al honrarlo. La Iglesia dominicana no encontrará jamás un sacerdote más digno, y el país no tendrá jamás un patriota más ardiente. Para dicha de la república, los grandes hombres de Santo Domingo tendrán siempre que contar con Meriño…” Ramón Emeterio Betances
Y poco
después, cuando se amplía el Comité Revolucionario de Puerto Rico, que sirve de
cuerpo rector al proceso insurreccional que culmina con nuestro Grito de La res, Meriño
se integra como nuevo
miembro. Es decir, que Meriño, venerado hoy como prócer por el
pueblo dominicano, forma parte de la alta dirección del movimiento revolucionario
puertorriqueño. El arzobispo de la nación dominicana procede de una estirpe
de hombres comprometidos con la independencia y la solidaridad antillana. En los días de su
presidencia se abren las puertas del país, sin discriminación, a todos los que
se hallan en el exterior. Meriño quiere establecer un gobierno donde impere la
ley y se garantice la soberanía e independencia de la nación. No por eso flaquea ante la agresión externa. Todo
lo contrario, actúa con mano dura,
particularmente en los momentos
cuando desembarca la
expedición del ex presidente Cesáreo Guillermo, avituallada por
la Casa Gallart, de Ponce, y estimulada – como bien informa Jaime de Jesús
Domínguez-- por las autoridades españolas que consideran “indeseable” la presencia del general cubano, Antonio
Maceo Grajales, en suelo dominicano. Interesado en reanudar la lucha armada por
la independen-cia de Cuba, Maceo se hallaba en Puerto Plata donde sostiene, el
11 de febrero de 1880, extensa conversación con el general Gregorio Luperón.
Mientras, España sigue presionando a los dominicanos para que expulsen de su
suelo al héroe legendario, pero Quisqueya se niega a cumplir con las
pretensiones españolas. Ya desde entonces Meriño anhela remediar el estado
ruinoso en que se encuentra la hacienda dominicana.
En carta a
Eugenio Generoso de Marchena, Betances dice: “Mucho me alegro que empiece Ud. á
ocuparse de la deuda de Londres. Esa deuda es un obstáculo para todo; i en
Londres no se hará empréstito, no se harán negociaciones… sino con la promesa
de ocuparse del arreglo de este asunto”.
Desde París,
lleno de magia y de misterios, Betances trabaja como nadie lo hubiera esperado
por el mejoramiento económico, social y cultural del pueblo dominicano. Por él
nos enteramos de la llegada a la Catedral de Santo Domingo de un óleo
magistral, atribuido a Murillo, hallado, dice Betances, “en un Convento en
España, muy deteriorado, pero ha sido tan perfectamente restaurado en París que
los peritos más distinguidos lo consideran como salido del taller del célebre
maestro español.
Mientras
tanto, hay que prestarle mucha atención a viejos problemas que continúan apaleando
al país. La República Dominicana no tiene instituido un sistema monetario
propio. Frente a tan complejo panorama
se promueve en
París un proyecto de mayor
envergadura: la fundación del
Banco Nacional. El contrato para su establecimiento lo suscribe el general Gregorio
Luperón, Enviado Extraordinario y Ministro Plenipotenciario de la República
Dominicana en Europa, junto al ingeniero francés Augusto Blondot. Huelga decir
que durante este período Betances está al lado de Luperón en todo momento.
Trabajan sin perder tiempo. Lamentablemente, en Santo Domingo se desarrolla
fuerte oposición al establecimiento del banco. Pero la oposición la dirigen los
portavoces de las juntas de crédito, que controlan el movimiento de capital de
préstamo y están enchufados a los sectores dominantes de la nación.
La última
vez que el doctor Betances pisa la tierra dominicana es, casualmente, a principios
de 1883. En la ciudad primada participa activamente en la polémica que rodea la
institucionalización del banco. Una vez más tiene que recurrir al viejo oficio del periodismo y en sus escritos
tilda a las juntas de crédito de ser verdaderas “juntas de ruina”, que le han “echado
un lazo al cuello de la República” y pronto acabarán por estrangularla. Las
transacciones económicas se hacían utilizando monedas extranjeras. Desde París,
Betances le presenta al gobierno de Heureaux un proyecto que “tiene por objeto
la introducción de una moneda nacional en esta República”, a lo que el
Presidente se opuso cortésmente. En 1888 se dictaría la ley de acuñación de
moneda dominicana. (H. Hoetink. Materiales para el estudio de la República
Dominicana en la segunda mitad del siglo XIX. Caribbean Studies. Vol. 8. Núm.4.
Enero 1969, pp. 3-37).
Desde su
llegada a Santo Domingo los agentes españoles no pierden tiempo. Lo espían y
someten sus informes a las autoridades metropolitanas. El 12 de febrero de 1883 el cónsul de España,
Ricardo G. de Palomino, escribe: Tengo el honor de pasar a manos de V. E. el
número de la Gaceta Oficial
de este Gobierno correspondiente al día 10 del corriente (febrero 1883) en que
se inserta el contrato celebrado en París entre el General Gregorio Luperón y
el ingeniero francés Mr. Augusto Blondet relativa a la creación de un Banco
Nacional en esta República.
Concluida la
construcción del Canal en Egipto se piensa que puede hacerse innecesario
atravesar el peligroso cabo de Hornos para navegar entre Eu-ropa y América. Una
vez más, De Lesseps se propone abrir el torrente que a través del Istmo de
Panamá conectaría al Pacífico con el Atlántico.La construcción del Canal de Panamá la tiene que
aprove-char, con prudencia, el gobierno dominicano. Samaná será el punto donde
irían a descargar o abastecerse buena parte de los buques que transiten entre
el Pacífico y el
Atlántico. El 28 de marzo de 1883 Betances y el ingeniero francés, Feréol
Silvie, someten una exposición a las autoridades dominicanas en la que comentan
la importancia del nuevo canal en proceso de construcción.
La
localización de Samaná, desde el punto de vista geográfico, es excepcional. Los buques que salgan de
Europa con destino al Pacífico tendrán que pasar delante de la bahía dominicana. Betances calcula
que no menos de la mitad de las embarcaciones que transiten por el canal
vendrán a abastecerse, a componerse o a descargar en Samaná. La entrada diaria
de 31. Ramón Emeterio Betances y Feréol
Silvie. “Exposición al Sr. Secretario de Estado de Fomento de la República
Dominicana, 28 de marzo de 1883”. En: Samaná, pasado y porvenir. Archivo
General de la Nación. Vol. III. Santo Domingo, República Dominica-na, 1945, pp.
219-224. Véase además El porvenir. Puerto Plata, 14 de abril de 1883.
12 a 14
navíos en un puerto dominicano sería prueba más que suficiente de la prosperidad de la nación. No es de
suponer que Haití impida el proyecto dominicano. Betances afirma que las dos repúblicas deben
desarrollarse en paralelo, sin ser obstáculo una para la otra: “y sin más
rivalidades que la que, por el trabajo, la industria y el estudio, conduzcan
ambos pueblos al deseado objetivo de la civilización, esto es, a la paz, a la
seguridad individual, al bienestar físico, intelectual y moral en esta preciosa
isla bastante ancha para todos”. Fernando Arturo de Meriño endosa el proyecto.
El 16 de abril de 1883 las autoridades aprueban la ley que establecería el
puerto franco y ciudad comercial frente al mar de la bahía de San Lorenzo. A
tenor con la legislación aprobada, los concesionarios gozarían del
usufructo de la empresa durante 99 años. Sin embargo, no todo es miel
sobre hojuelas dentro de aquella coyuntura. El contrato se otorga bajo
condiciones firmes y
precisas. A Betances y a Silvie se les exige construir dos edificios para la mejor administración del puerto. Además de conectar telegráficamente la ciudad con los distintos poblados de
la República, los concesionarios levantarán los faros necesarios para facilitar
a los buques el acceso a la bahía. Queda prohibido el contrabando. En los
terrenos otorgados por el gobierno se construirán plazas, iglesias, hospitales,
escuelas, mercados, puestos de policías, aduanas y oficinas públicas. Finalmente, Betances y Silvie
establecerán una línea de vapores entre San Lorenzo, Puerto Plata y Santo
Domingo. Samaná, pasado y porvenir, p. 220.33.
El porvenir. Puerto Plata, 7 de abril de 188334. Véase la Resolución Núm. 2112 del Poder
Ejecutivo “concediendo al Dr. R. E. Betances y a Sr. Feréol Silvie derecho de
hacer los trabajos necesarios al establecimiento y fundación del puerto franco
y ciudad comercial de San Lorenzo. Aprobada por el C. N. en fecha 14 del
corriente mes (abril) y año (1883)”.
Documento en poder del autor gracias a la gentileza del historiador dominicano,
Lic. Jaime de Jesús Domínguez. A pasos agigantados progresan las obras. Feréol
Silvie viaja a Inglaterra. En los talleres Amstrong, de Londres, se fabrica la
maquinaria para dragar la bahía. A fines de 1883 llegan a San-to Domingo los materiales necesarios para la
construcción del puerto. Así lo informa Betances a su amigo Vicente Flores: También
irá, con el objeto de volar las rocas que se hallan en el fondo del mar cerca
de la desembocadura del río, la dinamita necesaria. Esta no será la dinamita
nihilista i destructora, sino la dinamita progresista i civilizadora, la que ha
abierto caminos por debajo de los Alpes i ha puesto dos veces á Italia en
comunicación con el resto del continente europeo; la que va á romper los Andes
en Panamá, á unir el Pacífico con el Atlántico i á completar la cintura plateada de la Tierra.
¡Fortuna grande que en nuestro país no tenga que emplearse la dinamita
justiciera i libertadora, por tener ya la República instituciones libres i
justas!
Sería
irreal, tal vez anti histórico, desconocer la existencia de una contradicción
práctica entre el bienestar de la nación dominicana y la explotación
de unos recursos
naturales en beneficio de la
empresa creada por Betances y
Silvie. Hay, no obstante, un
elemento conciliador. La bahía de Samaná es una extensión geográfica
codiciada por los grandes poderes
internacionales. Frente a tales pretensiones, Betances interesa asegurar la
integridad territorial de la República. De ahí que postule su interés en
conseguir un balance entre distintas inversiones de capital. Las riquezas
dominicana no pueden ser disfrutadas exclusivamente por las grandes empresas de
Estados Unidos. Por eso su alianza con Silvie, para involucrar capital francés
y neutralizar los apetitos que se asoman por el Norte. Carta de Ramón Emeterio Betances a
Vicente Flores, 26 de noviembre de 1883. Colec-ción Giusti, p. 50.
Desde 1866
a 1873, todas las concesiones de minas, monopolios de fábricas, navegación y
ferrocarriles están en manos americanas. Pero después que el Senado de Estados
Unidos rechaza el proyecto anexionista de 1871, emprendido por los presidentes Báez y
Grant, renace la influencia económica de Francia. Para el patriotismo
dominicano tal influencia
es preferible por ser la más desinteresada: “el gobierno francés en sus
relaciones con la joven República había dado siempre pruebas de que actuaba sin
segunda intención y de que nunca había buscado sacar ventajas de las dificultades con que luchaba dicha
República”.
Nadie puede
poner en duda que Betances está dispuesto a rendir su vida por salvar a Samaná
de la codicia extranjera. En cierta ocasión, mientras visita la hermosa bahía,
escribe: Aquí ha vuelto a renacer todo mi patriotismo… Aquí me siento
dominicano puro, sin flaquezas
y sin corrupciones de codicia, y
capaz de defender
la patria, heroicamente contra todas las fuerzas que
contra ella se coaligaran. Me siento ennoblecido por Samaná; y, con todo el
entusiasmo de la juventud, clamaría a voces contra la Europa y el Norte América
a la vez. ¡Viva la República!¡Viva la Independencia! Lamentablemente, el puerto franco a
establecerse en Samaná no llega a materializarse. Los planes financieros del doctor Betances
fracasan. José Lee Borges. “República Dominicana: de la restauración a los
primeros pasos de la ‘verdadera’ influencia estadounidense, 1865-1880”. Revista Mexicana del Caribe.
Quin-tana Roo. Año V, núm. 10, 2000, p.
128. (De todas las concesiones que
durante este periodo se le otorgan a los franceses, la más importante es la que
se le adjudica, en julio de 1889, al Crédit Mobiler para la creación del Banco
Nacional). Bonafoux. Op. cit., p. XXIII.
Por
aquellos días, este hombre ejemplar, que dedica buena parte de su existencia a
ayudar al pueblo de Quisqueya, recibe una oferta para considerar la presidencia
de la República. Con pulso firme el puertorriqueño rechaza la proposición utilizando palabras
cortantes: “Es un error completo”, dice y seguidamente acota que no es dominicano
de nacimiento. La constitución de la República no admite extranjeros en la
presidencia. Además, hay otra razón para rechazar el ofrecimiento. Todos los
candidatos al más alto cargo son sus amigos: Es pues, necesario conocerme bien
poco para creerme capaz de elevar mis pretensiones hasta querer violar a un
mis-mo tiempo los derechos constitucionales y los deberes de la amistad y para
presentarme como aspirante a un puesto que no tengo el deber de ocupar. Protesto
con toda la fuerza de mi voluntad contra la insinuación del amigo, o enemigo
que ha enviado esa noticia al periódico de usted y confiado en su cabal lealtad ruego se sirva insertar
esta carta en el próximo número del Moniteur des Consulats.
A
principios del 1884, durante la primera presidencia de Heureaux, el médico
puertorriqueño le anuncia a sus amigos dominicanos el deseo de renunciar a la
labor diplomática que desde París viene llevando a cabo. En temprana carta al
general Gregorio Luperón sale a relucir su estado de ánimo: “Me encuentro en la
crítica posición de un hombre encargado de defender una fortaleza sin pólvora,
sin cañones, sin dinamita i hasta sin machetes; i me veo obligado ó de rehuir
vergonzosamente las ocasiones de encontrarme con gente á quien debería
frecuentar ó de agotar mis últimos recursos tan pequeños ya. Moniteur des Consulats. París, 3 de mayo de
1884. Núm. 247, p. 3806. Véase además: Bonafoux. Op. cit., pp. L-LI.
…que en
todo este mes he de decidir si permaneceré en París ó si me iré á Méjico ó á
Montevideo. Le aviso porque le agradeceré que piense en quien pueda
reemplazarme”. Luperón toma cartas en el asunto. El 3 de febrero se dirige al
Ministro de Relaciones Exteriores informándole que a Betances no
le será posible
continuar en su puesto
como secretario encargado de la legación dominicana en Francia. La
escasez de recursos le impide atender los numerosos gastos, necesarios para
sostener la embajada en su debido rango. La carta de Luperón es categórica: “Yo
que sé por experiencia propia a cuantos egresos hay que dar cumplimiento en un
destino que carece de ingresos, comprendo perfectamente la situación del doctor
Betances y le doy toda la razón que
le asiste. Pero al
mismo tiempo considero
la pérdida que haría la República
con la separación de un hombre tan útil de la Legación, pues a la vez que le ha
prestado ya servicios muy importantes lo ha hecho con un desinterés digno
por todos conceptos
de profundo reconocimiento”.
Acto
seguido, Luperón le pide al gobierno dominicano que establezca un sueldo para
la Secretaría de dicha Legación, a fin de que sean menos gravosos al doctor Betances los gastos que tiene que
atender de su peculio por servir los intereses de la República. Ramón Emeterio
Betances tiene entonces 56 años. A un lado queda la práctica de la medicina,
dedicado exclusivamente a atender sus labores como primer secretario de la
embajada dominicana en París y encargado de sus negocios en Londres y en Berna.
Es a su sobrino Emilio Tió a quien le confiesa que los asuntos dominicanos le cuestan más
de diez mil pesos, oro. Carta de Ramón
Emeterio Betances a Gregorio Luperón, 5 de enero de 1884. Colección Giusti, p.
114.40. Virgilio Ferrer Gutiérrez.
Luperón: brida y espuela. La Habana, 1940, pp. 193-194.
…Si se
fuera a medir en dólares el trabajo que ha hecho en Europa, pagado, hubiera
costado más de 20 mil.El 15 de febrero de 1884, en carta al presidente
Heureaux, Betances presenta su renuncia. Pero las autoridades dominicanas no le
prestan atención a la súplica. El puertorriqueño continúa ejerciendo su trabajo
diplomático en espera de ser relevado de su cargo. Pero los días se convierten
en semanas y las semanas en largos meses de trabajo. Algunos años más tarde, el
régimen de Heureaux va deslizándose por los caminos de la traición. Sin
tardanza, Betances quiebra todos sus vínculos con la cúpula gobernante de la
República Dominicana. Caminando por París con sus triunfos y derrotas a cuestas
el gobierno de Francia le confiere al doctor Betances una alta condecoración que rara vez se la otorga
a extranjero alguno. Ramón Emeterio Betances será el primer puertorriqueño en
recibir la cruz de Caballero de la Legión de Honor. La alta distinción la recibe en julio de 1887
por los servicios diplomáticos que le había prestado a la República Dominicana
a principios de aquella década. Pero a Betances, que le molestan los elogios y
las condecoraciones, estuvo rehusando la Legión de Honor por espacio de cinco
años. En carta todavía inédita, dirigida a Lola Rodríguez de Tió, esto dice el
prócer puertorriqueño de la distinción que le confiere su segunda patria: “Gracias mil por sus
felicitaciones. Lo que han hecho conmigo lo he admitido –sépalo-- por no hacer
un desaire grave; pero hace más de cinco años que lo estaba rehusando. Lo
estimo como se debe; pero más me ha costado el aceptarlo –por estar fuera de
mis principios—que para otros obtenerlo”.
Carta de Ramón Emeterio Betances a Emilio Tió, 14 de marzo de 1884.
Colección Gius-ti, p. 211.42. Carta de
Ramón Emeterio Betances a Lola Rodríguez de Tió, 7 de noviembre de 1887.
Universidad Interamericana. Recinto de San Germán. Archivo Particular de la Familia
Tió. Cartas a Lola. Volumen 62. Documento número 20.
No quisiera
terminar estas reflexiones
sin antes reiterar que la vida del doctor Betances estuvo signada por dos
grandes pasiones: la independencia
de Puerto Rico
y la solidaridad antillana. Pasiones que le
permitían caminar sin desfallecer, construir donde se pudiera construir,
conspirar donde hubiera que conspirar, hacer acopio de fuerzas, mendigar
recursos, predicar, suplicar, debatir, combatir y, si derrotado, empezar de
nuevo por donde se pudiera empezar, como se pudiera empezar, en un peregrinaje
que sólo podía tener fin
el día que le alcanzara la muerte, en el triunfo o en la derrota, pero siempre
en brazos de la patria agradecida.
Félix Ojeda Reyes. Peregrinos de la libertad.
Río Piedras: Editorial de la Universidad de Puerto Rico, 1992.
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