Juan Bosch: 27 DE Febrero de 1844
MES DE LA
PATRIA
CENTENARIO DE
LA REPÚBLICA DOMINICANA
(Tomado de
Obras Completas Juan Bosch, tomo XXXIV
El 27
de febrero de
este año de
1944 cumple su
primer centenario la
República Dominicana. Fue
la primera república
en las Antillas
de origen español.
A lo largo
de la centuria
transcurrida desde su
fundación, se ha
forjado allí la
más dramática, a
despecho de su
poca trascendencia, historia
imaginable. Pues hace
cien años, aquel
pueblo apenas existía;
no llegaban sus
habitantes a dos
por kilómetro cuadrado,
la comunicación con
el mundo era
prácticamente nula, el
aislamiento de las
regiones del país
era total, casi
ninguna, la explotación
de sus riquezas;
se había perdido
la vieja y
rica tradición cultural
española que diera al
antiguo establecimiento hispano
prestigio continental. Y
en esas condiciones,
el pueblo hizo
su república, la vio
caer, la restauró
con enormes sacrificios;
la vio desaparecer
de nuevo y
de nuevo la
reconstruyó. Mientras tanto,
él mismo se
esculpió, se multiplicó,
pobló el abrupto
territorio, exigió sus
bienes a la
tierra… De esta
manera, por entre
tenebrosas noches y
padeciendo dolores cuya
magnitud es difícil
apreciar, el antiguo
solar que sirvió
de estribo para
la empresa conquistadora
ha sobrevivido, y aun sobrevivirá,
pese a los
obstáculos que la separan
del porvenir.
Un poco
de historia
Domingo Nunez frente al oleo de Duarte, padre fundador de la República, pintado por el pintor de la patria, Miguel Nunez |
Durante más
de tres siglos,
Santo Domingo – la Española,
como la llamó
Colón – fue para la
Metrópoli la prenda
que se lleva,
en toda ocasión,
al prestamista. Cuantas
veces España perdía una
guerra en Europa,
cedía toda la
isla, o parte
de ella, a
la nación vencedora.
Así llegó a
ocurrir que entre
los siglos XVI
y XVII la
isla tuvo dos
dueños: Francia, que
ocupó la parte
occidental, y España,
que se quedó
con la oriental.
Esto no fue,
sin embargo, definitivo,
pues entre fines
del siglo XVIII
y principios del
XIX, Francia tuvo
el dominio total
de la zarandeada
Santo Domingo o
Saint-Domingue.
En ese
ir y traer,
la isla acabó
teniendo dos pueblos
distintos: el de
origen español, que
tradicionalmente ocupó más de 50,000
kilómetros de los
74,000 que tiene toda
la ínsula, y
el de origen
francés. Este último
acabó llamándose Haití,
y su Metrópoli;
a fines del
siglo XVIII había
allí 600,000 esclavos
negros y menos
de 30,000 blancos,
incluyendo mujeres y
niños. Por esa
época, la colonia-factoría de
Francia producía a
sus amos más
riquezas, a pesar
de que en
el territorio no
había una mina,
que lo que
daban a España
todas sus colonias
continentales. Santo Domingo,
en cambio, no
tenía 60,000 habitantes
en total; apenas
había esclavos, se
contaban tres o
cuatro ingenios tan
sólo y la
mayor riqueza se
sacaba del comercio.
En general, la
población era ganadera
y a la
crianza del ganado
se destinaban los
terrenos menos hirsutos,
pues la inmensa
mayoría del territorio,
abundante en montañas,
estaba abandonada a
la naturaleza.
En esas condiciones, y a consecuencia de la Revolución Francesa, se produjeron los sucesos que culminaron en el establecimiento de la República de Haití, hecho que se dio el primero de enero de 1804. La sangrienta rebelión de los esclavos de Haití se inició a raíz de la Revolución Francesa, lo cual quiere decir que las guerras haitianas duraron más de diez años. La parte española sufrió esas guerras, porque, cedida a Francia, los revolucionarios haitianos se consideraron en el deber de combatir a sus enemigos para no dejarlos tomar fuerza en la misma isla. Las marchas de Dessalines y de Christophe, así como las de Toussaint – aunque en menor grado las de este último – a través del territorio dominicano, estuvieron marcadas por el terror y por holocaustos inútiles y brutales. Esos holocaustos no venían por víctimas a los franceses, sino a la gente del pueblo de la antigua parte española.
Las cosas
siguieron así, objeto
de los colonos de
Santo Domingo de
tragedias insuperables desatadas
por elementos ajenos
a su voluntad,
hasta que después
de 1805 pareció
normalizarse la vida
en la isla.
Los haitianos no
atacaron más a
los franceses, adueñados
de la parte
dominicana, se limitaban
a tenerla como
un establecimiento militar.
Pero los dominicanos
no estaban conformes
con la dominación
francesa, razón por
la cual promovieron
en 1808 una
revolución que tenía
como fin la
reincorporación a España.
Tal revolución tuvo
éxito. Los generales
de Napoleón fueron
derrotados por los
montaraces, duros guardadores
de ganado y
campesinos dominicanos, a
quienes capitaneó un
hombre de excepcionales
condiciones militares y
políticas, llamado Juan
Sánchez Ramírez, verdadero
producto de su
pueblo y de
su época, autor
intelectual y líder
material de aquel
movimiento, que se
conoce en Santo Domingo
con el nombre
de la Reconquista.
La Corte española
reconoció el papel
de Juan Sánchez
Ramírez en esos
sucesos y lo
designó capitán general.
A los que
le aconsejaron convertir
la colonia en
una República independiente, Sánchez
Ramírez les contestaba
señalando la vecindad
de Haití, muchas
veces más poderosa
que la parte
española y deseosa
de hacer real
el postulado de
Toussaint L’Ouverture, el
caudillo haitiano que
había proclamado que
“la isla era
una e indivisible”.
Los haitianos querían
adueñarse de toda
la isla porque
así evitaban que
se asentara en la mayor
parte de ella
una nación esclavista,
y el terror
a caer de
nuevo en la
esclavitud era el
móvil principal en
las acciones de
un pueblo compuesto
en su totalidad
por antiguos esclavos
que habían roto
sus cadenas con
enormes sacrificios. El poder español,
fuertemente establecido en Cuba
y Puerto Rico,
podía evitar a
Santo Domingo una
acometida de Haití,
según Sánchez Ramírez.
El error de
este notable caudillo
fue no comprender
que lo necesario
era crear el poder propio
y no atenerse
al de España.
Independencia de
España
El error
iba a dar
malos frutos. Sánchez
Ramírez, como todo
mortal, rindió su
vida un día.
España se olvidó
de su colonia;
demasiado ocupada en
las guerras continentales
y en la
rápida industrialización de
Cuba, que se
iniciaba entonces, no
se ocupó ni
para mal ni
para bien de
Santo Domingo. Esa
época se conoce
en la historia
dominicana con el
nombre de “la
España Boba”. La
gobernación del país
fue puesta en
manos de peninsulares,
que pasaban por
allí con la
conciencia de su
provisionalidad y el
deseo de enriquecerse.
De mar a
mar Santo Domingo
dormitaba.
Visto ese
estado de cosas y contemplando
lo que ocurría
en América del
Sur, dominicanos prestigiosos,
pensaron hacer independiente
el país y
cobijarse bajo el prestigio
de Bolívar, para
con él evitar
una acometida haitiana.
El Lic. José
Núñez de Cáceres,
alto funcionario judicial,
fue el autor
de tal proyecto,
que no tardó
en hacer realidad.
Proclamó la independencia
de lo que
él llamó Haití
Español y puso
el país bajo
el amparo de
la Gran Colombia, a
la cual quedaba
incorporado. No creó
una república. Cometió
ese error y
otros más, entre
ellos, el más
importante, no haberse
puesto de acuerdo
con Bolívar antes
de actuar; pues
fue después de
haber proclamado la
independencia de la
colonia cuando despachó
una comisión al
Libertador para darle
cuenta de los
sucesos ocurridos en
la antigua parte
española de la
isla de Santo
Domingo. Antes de
que esa comisión
hubiera llegado a
entrevistarse con Bolívar,
Haití había invadido
el flamante protectorado
de Colombia y
había hecho buena
la doctrina de
que “la isla
era una e
indivisible”.
El dominio
haitiano
La independencia
de España se
había llevado a
cabo, a fines
de 1821; la
invasión haitiana tuvo
lugar a principios
de 1822. Entre
1804 y 1822,
Haití había sufrido
notables cambios. Muerto
Jean-Jacques Dessalines, padre
de la república
negra, sus dos principales
oficiales, Christophe y Petión, habían
establecido dos Estados
distintos, uno al
norte y otro
al sur del
pequeño y montañoso
territorio haitiano. El
del norte, gobernado
por Christophe, se
convirtió en reinado;
su jefe se
hizo llamar Henri-Christophe Primero,
creó una nobleza
que salió de
antiguos esclavos y
gobernó como señor
absoluto hasta el
día de su
muerte. El del
sur se mantuvo
como república; su
presidente fue el
mulato Alexandre Pétion,
hombre de principios
republicanos, girondino como
en los mejores
tiempos de la
Revolución Francesa, gran
amigo de Bolívar,
a quien ayudó
de tal manera
que, gracias a
él, pudo el
caudillo venezolano reiniciar
la campaña libertadora,
después del primer
desastre de La
Puerta y del
fracaso de Cartagena.
Haití no tardó
en quedar unificado
y fue república,
reinado de nuevo
para acabar siendo,
al fin, lo
que debió ser
desde el principio,
una república unida. Así,
el 1822, cuando
se produjo el
derrame de Haití
sobre la antigua
parte española, Haití
era un Estado
relativamente fuerte.
La invasión
haitiana sobre Santo
Domingo fue tan
súbita que el
pueblo no tuvo
tiempo de reaccionar;
al principio fue
presa del terror,
pues estaba viva
todavía la memoria
de las matanzas
provocadas a principios
de siglo por
Dessalines y Christophe.
Y una vez
dado el hecho,
no hubo razones
para reaccionar porque
Haití entró en
el país barriendo,
con sus instituciones
republicanas – aunque era imperio – adaptadas de
la Revolución Francesa,
todo el viejo
edificio colonial que
le efímero gobierno
del Lic. José
Núñez de Cáceres
no se atrevió
a tocar. Los
haitianos abolieron la
esclavitud y la
mano muerta, desconocieron
los títulos de
propiedad de la
colonia sobre las
tierras y entregaron
éstas a los
campesinos, separaron en
la práctica, la
iglesia del Estado
y establecieron un
régimen de verdadera
autonomía para los
pueblos de interior.
Esa política renovadora,
que liberó la
naciente economía dominicana
de las mil
y una restricciones
con que la
asfixiaba España, fue
la razón por
la cual los
dominicanos no se
rebelaron contra Haití.
Algunos historiadores han
querido explicar la
pasividad del pueblo
de la antigua
parte española con
la razón de
que era muy
pequeño comparado con el
invasor.
Olvidan que lo
era más – 60,000 habitantes
en 60,000 kilómetros
cuadrados – cuando luchó contra
Francia, napoleónica por
esos días, era
un poder incontrastablemente superior
a Haití.
Los dominicanos
no iban a
rebelarse contra Haití
sino 22 años
más tarde, cuando
formada ya al
amparo de la
legislación revolucionaria francesa
sobre la cual
se organizó – mala o
buenamente – el Estado haitiano,
la nueva burguesía
dominicana fuera lo
suficientemente fuerte para
luchar con la
haitiana y vencerla.
Esto no tardaría
en ocurrir porque,
a medida que
la burguesía dominicana
se formaba y
se aliaba con
los que podríamos
llamar restos feudales – grandes hacendados,
ganaderos, etc. – del país,
la burguesía haitiana,
corrompida por la
política ridículamente imperial,
abandonaba su deber
histórico y se
debilitaba rápidamente.
1838:
Nacimiento de la
Trinitaria
La gestación
de la República
Dominicana es obra
exclusiva de la
naciente burguesía nacional.
En 1838, dieciséis
años después de
iniciada la ocupación,
un grupo de
jóvenes dirigido por
Juan Pablo Duarte
funda La Trinitaria,
sociedad secreta cuyos
miembros se agrupaban
de tres en
tres con el
fin de luchar
contra los dominadores
haitianos y fundar
una república. El
lema que tiene
por divisa, “Dios,
Patria y Libertad”,
es típico del
pensamiento burgués de
la época. Juan
Pablo Duarte es
hijo de comerciantes
ferreteros; sus compañeros
han sido reclutados
entre comerciantes,
empleados de la
Administración Pública, abogados,
dueños de pequeñas
industrias. Duarte se
educó en España
y retornó al
país cuando acababa
de cumplir veintidós
años. Figura de
escaso brillo pero
de notable mesura,
energía y honestidad,
demostró poseer una
capacidad política solo
comparable a su
apostólico y casi
increíble desprendimiento.
Duarte fue
el que diseminó
entre los jóvenes
dominicanos de su
tiempo la idea
de que para
lograr los fines
políticos que estaban
el ambiente, era
necesario organizar un
grupo que fuera
el instrumento encargado
de poner en práctica tales
deseos. Esos deseos
eran más vivos
en la juvenil
burguesía, porque ya
el Estado haitiano
había dejado de
ser revolucionario y
sus directores estorbaban
el desarrollo de
la burguesía dominicana,
enriqueciéndose a su
costa; también el
pueblo los sentía
porque el dieciséis
años de paz
la población se
había casi doblado
sin que la
riqueza, sustraída por
los haitianos, creciera
en igual proporción,
lo cual hacía
la condición del pueblo peor
que durante los
primeros años de
la invasión. Sobre
esta base de
disgusto, se amontonaban
las lógicas diferencias
de idioma, cultura,
religión y, en
general, concepción de
la vida social.
Duarte fue
el creador de
La Trinitaria, así
como de su
lema y su
doctrina – muy corta, pero
bastante a expresar
el fin perseguido - : creó
también la bandera
de la que
había de ser
República Dominicana, cuyo
nombre él mismo
formuló. Los jóvenes
trinitarios celebraban sesiones
secretas. Es de
observar que el
dominicano fue uno
de los pocos
movimientos republicanos del
siglo XIX que
no se acogió
a la sombra
de la masonería.
Con exquisito
cuidado para evitar los
males del caudillismo,
Duarte distribuyó siempre
la responsabilidad de
la jefatura de
La Trinitaria entre
él y sus
dos compañeros, Francisco
del Rosario Sánchez,
abogado, impetuoso, audaz
y valiente, y
Ramón Mella, regidor
del ayuntamiento de
la Capital, hombre
sereno y de
gran carácter, cuyas
virtudes de revolucionario iba
a florecer más
tarde en su
nieto Julio Antonio
Mella, el malogrado
líder cubano. Otros
muchos excelentes arquetipos
de su pueblo
y de su
clase ayudaban a
los tres directores
del movimiento. La
historia dominicana conserva
con veneración sus
nombres.
27 de
febrero de 1844: Nacimiento de
la República Dominicana
Durante seis
años de sigiloso
y tozudo trabajo,
los trinitarios fueron
preparando todo lo
necesario para no
fracasar cuando se
presentara la oportunidad
del golpe. Esa
lenta y segura
labor es una
de las más
importantes enseñanzas de
la época y
una prueba de la
firmeza de Duarte
y sus amigos.
Conspiraban dentro del
mismo corazón enemigo
sin que una
sola indiscreción pusiera
en peligro su
obra, por lo
menos durante años.
La estrecha vigilancia
haitiana no los amilanó ni
tuvo resultado alguno.
De la
capacidad política de los trinitarios
hablan los hechos.
El 1843 se
produjo en Haití
la llamada Revolución de
la Reforma, Duarte y
sus amigos comprendieron
inmediatamente que de
aquel movimiento podían
sacar mucho y se
aliaron a los
revolucionarios. No les
interesaba a ellos
aparecer ante los
ojos de los
dominadores, y ni
siquiera del pueblo
dominicano, como enemigos
de cuanto fuera
haitiano; querían, al
amparo de su
título de amigos
de los revolucionarios, tomar
posiciones que facilitaran
su empresa.
Previendo que
los sucesos iban a precipitarse,
Duarte se preparó
a todo y
gestionó, con los
cónsules extranjeros, un rápido reconocimiento de
la nueva república
para en caso
de que ésta
naciera inesperadamente; asimismo,
él y sus
compañeros, resolvieron establecer
de inmediato los
contactos nacionales necesarios,
a fin de
que el movimiento tuviera,
si se veía
forzado a estallar
de improviso, el
apoyo de los
más influyentes personajes
en las más
apartadas regiones del
país.
Anduvo muy
oportuno Duarte, porque
los haitianos no
se dejaban engañar
por los falsos
cómplices dominicanos y,
oliendo la verdad,
ordenaron la prisión
de Duarte, Sánchez
y otros. Duarte
escapó hacia Curazao
y Sánchez se
quedó en el
país, bien escondido,
para dirigir la
insurrección. Hubo cierta
ocasión en que,
para ir a
una reunión secreta,
Sánchez tuvo que
pasar por encima
de un centinela
haitiano, de los
que tenían orden
de vigilar los
lugares por donde
se suponía hubiera
dominicanos escondidos, que
se había dormido
en su puesto.
Para facilitar la
labor de Sánchez,
se hizo correr
la voz de que había
huido del país
y hasta la
de que había
muerto.
Desde Curazao,
donde recibía noticias
constantes de lo
que pasaba en
Santo Domingo – gracias a
que sus familiares,
comerciantes ferreteros, tenían
nexos estrechos con
los hombres de
mar que traficaban
entre el país
y la colonia
holandesa - , Duarte aconsejó
que se llevara
a efecto el
golpe. Fue entonces cuando
escribió su famosa
carta a sus
hermanos, en la
que les aconsejaba
vender el comercio
y poner el
producto de esa
venta, así como
todas sus economías
al servicio de la patria.
Como hermano mayor,
él tenía autoridad
para pedir tanto.
Así llegó
el mes de
febrero de 1844.
Correos despachados a
todas partes señalaron
la última semana
del mes para
el estallido del
movimiento; los directores
ocultos recibieron orden
de salir de
sus escondrijos, los
responsables en las
vecindades de la
Capital quedaron apercibidos
de que en
la noche del
27 debían marchar
con sus hombres
hacia la Puerta
del Conde, en
la muralla que
rodeaba la ciudad,
por donde ser entraba a
ésta y donde
había un destacamento
haitiano que debía
ser sorprendido el
primero. El plan
del golpe era ocupar
la Puerta del
Conde, proclamar allí
la República y,
a favor del
desconcierto que se
produjera, ocupar los
distintos fuertes de la ciudad,
mientras en el
interior se organizaban
las columnas que
deberían marchar hacia
la Capital, para
ayudar a los
trinitarios en caso
de que la lucha se
prolongara en la
ciudad de Santo
Domingo.
A la
media noche del
veintisiete se reunían
en la cercanía
de la Puerta
del Conde, Sánchez,
Mella, los demás
trinitarios y los
que acudían desde
los lugares circunvecinos. Allí
tenían la bandera
dominicana, no estrenada
todavía; ésa había
sido hecha por
María Trinidad Sánchez,
hermana del audaz
luchador; tenían el
escudo y la
patria en el
corazón. Faltaba sin
embargo, una cosa:
la Constitución de
la nueva República,
que los trinitarios
no hicieron pensando,
con un peligroso
respeto por la
voluntad democrática, que
su formulación tocaba
al pueblo.
La puerta
del Conde fue
asaltada y ganada.
Para iniciar el
ataque a los
otros fuertes, hubo titubeos; Ramón
Mella tomó una
tea y la
pegó a un
cañón. Así, a
un tiempo comprometía
a los que
dudaban y proclamaba
estruendosamente el nacimiento
de la República
Dominicana, cuya bandera
subía a poco,
entre las sombras
de la histórica
noche, por el
asta que coronaba
el antiguo bastión.
El cañonazo fue la señal
para que se
iniciara un tiroteo
que confundió a los jefes
militares haitianos. Al
amanecer siguiente, la
plaza estaba dominada
por los dominicanos,
cuyas dos primeras
medidas fueron organizar
una Junta Gubernativa
y enviar un
buque para que
con todos los
honores, condujera a
la patria naciente
a su más
esforzado creador, Juan
Pablo Duarte.
Consolidación de
la República
A causa
del fino trabajo
de los trinitarios,
el nacimiento de la República
fue rápido y
de poco costo
en sangre; su
consolidación, sin embargo,
no pudo ser
más cara. Pues
la reafirmación de la República
Dominicana se hizo
en once años
de guerra ya
al precio de
una suplantación de
principios y hombre
en su gobierno, que
habría de conducir
al país a
dolores enormes y a errores
de difícil rectificación.
Tan pronto
Haití recibió el
golpe del 27
de febrero, reaccionó
y se preparó
a luchar. De
port-au-Prince, la capital
haitiana, salió un
poderoso ejército para
atacar por el
sur a la
capital de la
flamante república; de
Cap-Haitien salió otro
para embestir, por
el norte, a
la ciudad dominicana
más importante del
interior, Santiago de
los Caballeros. Esto
se hizo con
tal rapidez, que el 19
de marzo – escasamente tres
semanas después del
movimiento – se presentaban las
tropas haitianas del
sur a la
vista de Azua,
en territorio dominicano;
y el día
30 los ejércitos
que marchaban por
el norte llegaban
a los arrabales
de Santiago de
Caballeros.
La actividad
de los haitianos
fue mucha; pero
no fue mayor
que la Junta
Gubernativa dominicana. De
la nada, si
es posible decirlo,
ésta había sacado
fuerzas – y esa es
otra de las
enseñanzas de aquellos
sucesos. Cuando las
columnas haitianas del
sur llegaron a
Azua, ya estaba
allí esperándoles un
ejército dominicano al
mando de Pedro
Santana. Improvisado, sus
cuadros de mando
hechos con antiguos
oficiales de las
milicias coloniales de
tiempos de España;
formado en su
mayor parte por
macheteros de a
caballo, campesinos aguerridos
y guardadores de
ganado, reclutados sobre
todo por Pedro
Santana en sus
grandes hatos de
la región oriental,
ese ejército tuvo
dirección eficaz y
coraje necesarios para
derrotar, de manera
definitiva, a las
columnas haitianas. Otro
tanto ocurrió once
días más tarde
en Santiago de
los Caballeros, donde
la población de
la ciudad dio
el pecho a
los invasores que fueron lamentablemente deshechos
por una carga
oportuna de andulleros,
campesinos torcedores de
tabaco que bajaron
de las montañas
para defender su
naciente república y
atacaron impetuosamente, haciendo
buen uso de
sus machetes de
trabajo y de
las cabalgaduras en
que, poco antes
llevaban sus andullos
a la ciudad.
Esas dos
batallas decidieron el
curso de los
futuros acontecimientos militares
y políticos del
nuevo Estado. Pues
a partir de
ellas la guerra
se mantuvo en
las antiguas fronteras,
favorable siempre a
las armas dominicanas – aunque duró
hasta 1855 – y el
caudillo militar sobresaliente
de esas jornadas
pasó a ser,
también, el caudillo
político. Este fue
Pedro Santana, a
quien sus contemporáneos llamaron
el León del
Seíbo, región donde
vivió antes de
la guerra dedicado
a sus hatos
de ganado. Hombre
de un carácter
de hierro, honesto
pero con ideas
atrasadas, quiso que la nueva
república estuviera regida
por el criterio
de la antigua
colonia española. Nunca
llegó él a
comprender el ideal
republicano, a despecho
de que combatió
tan bravíamente en
los primeros tiempos,
que la historia
le reconoce el
título de Libertador
con que le
bautizaron los dominicanos.
Hostil a
los ideales republicanos,
Pedro Santana se
adueñó del Poder
desde los primeros
días y expulsó
del país a los
trinitarios. Sánchez, criatura
del trópico, vibrante
y ardoroso como
el sol de
su tierra, fue
a dar a
Irlanda; Duarte se
internó en Venezuela.
Muchos de sus
compañeros fueron fusilados,
la primera entre
ellos fue María
Trinidad Sánchez, que
cayó ante el
piquete en la
propia Puerta del
Conde, donde ondeó
la bandera de
la patria que
ella había cosido.
La Constitución republicana
estuvo fuertemente influenciada
por Santana, a
tal extremo, que
en ella se
coartaron los derechos
inherentes a la
verdadera democracia.
Andando el
tiempo, la política
colonialista de Santana
sería coronada por
la reincorporación a
España, acontecimiento que
tuvo lugar en
1861, por petición
expresa del gobierno
dominicano, encabezado por
el antiguo Libertador;
y la política
republicana de los
trinitarios tendría su
culminación en la
sangrienta guerra a
que dio lugar
ese paso. Tal
guerra barrió con
Santana, que volvió
del destierro a
tremolar la bandera
de la cruz
contra los nuevos
amos.
Sánchez cayó,
y él, poco
después, en las
soledades de la
selva de Río
Negro, el Padre
de la Patria,
Juan Pablo Duarte.
Pero hijos espirituales
suyos prosiguieron su
obra y la
república quedó restaurada
tres años más
tarde… Para fenecer
de nuevo en
1916, a causa
de la ocupación
norteamericana, y resucitar
una vez más
en 1924.
Dramática historia
la suya, dramática
aunque aparentemente sin
importancia, la República
Dominicana puede mostrarla
a sus hijos,
con una enseñanza
en cada suceso
y como un
símbolo de lo
que puede conquistar
el deseo de
pervivir. Aquellos de sus hijos
que le hicieron
mal han pasado,
han pasado también
los que le
hicieron bien. De
los unos y
de los otros
se acuerda la
república, de los
primeros para mostrarlos
como ejemplos repudiables;
de los segundos,
como sus mejores
títulos de nación,
pues lo que
más justifica a
una patria es
dar hijos generosos
y de almas
brillantes.
Mientras ellos
pasan, la república
permanece, a despacho
de todos los
embates y de
todas las vicisitudes.
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