20 CURIOSIDADES DE ESCRITORES DE LA LITERATURA UNIVERSAL
20 CURIOSIDADES DE ESCRITORES DE LA LITERATURA UNIVERSAL
1. Nikolái Gógol tenía auténtico pánico a la remota posibilidad de ser enterrado vivo por accidente. Tanto es así que se negaba a acostarse por si lo daban por muerto y rogó a sus allegados que esperasen a que su cuerpo presentase evidentes síntomas de descomposición para cerciorarse de que no despertaría bajo tierra, voluntad que fue respetada.
2. Philip Roth frecuentaba una tienda de alimentos en la que trabajaba Julian Tepper, que acababa de publicar su primera novela, Balls. Tepper, admirador del primero, le regaló su libro y le pidió consejo. Roth fue tan sincero como contundente:
—Yo lo dejaría ahora que puedes. De verdad. Es un campo horrible. Tortura. Escribes y escribes, y entonces tienes que tirar la mayor parte porque no está a la altura. Yo te diría que lo dejases ahora. No quieres hacerte esto a ti mismo.
3. Knut Hamsun, ganador del Nobel de Literatura en 1920, viajó a París por primera vez en 1894. Su familia estaba preocupada porque el escritor noruego no dominaba el francés, algo que rápidamente sacaron a colación a su llegada:
—¿Tuviste algún problema con tu francés?
—Yo no, pero los franceses sí… —contestó Hamsun.
4. Truman Capote planificaba su obra literaria con increíble antelación. El también escritor Paul Bowles contó en su día esto sobre él:
Un día Truman nos trazó su programa literario para los siguientes veinte años. Era tan detallado que por supuesto lo tomé como una fantasía. Parecía imposible que alguien supiese con tanta anticipación lo que iba a escribir. Pues bien, todas las obras que había descrito en 1949 fueron apareciendo, una tras otra, en los años posteriores. Estaban todas en su cabeza esperando a ser incubadas.
5. Georges Simenon, creador del célebre comisario Maigret, comenzaba sus novelas leyendo una guía telefónica. Pronunciaba nombres y apellidos en alto hasta que encontraba los que mejor sonaban a la hora de dar forma a sus personajes.
6. Tennessee Williams murió de manera muy peculiar. Decidió suicidarse a los 71 años tras la muerte de su pareja, Frank Merlo. Para elló ingirió una gran cantidad de alcohol que iría seguida de la toma de barbitúricos para culminar el fatal desenlace. A la mañana siguiente fue hallado muerto, asfixiado por el pequeño tapón del bote de pastillas, que se había quedado atascado en su tráquea al abrirlo con la boca.
7. Umberto Eco, contrario a otros escritores más radicales, combina la escritura a mano con el ordenador:
Uso los dos instrumentos, pero no indistintamente sino con arreglo a un estado de ánimo o una situación. Algunos asuntos requieren la lentitud de la escritura a mano, justamente porque el papel se resiste a la velocidad del pensamiento. Otros, sobre todo los que se han reflexionado mucho, se prestan mejor a ser tecleados, porque hace falta, literalmente, arrojarlos de sí.
8. Don DeLillo, en cambio, tiene una teoría particular para explicar su preferencia por la clásica máquina de escribir, en oposición al ordenador:
Necesito el ruido de las teclas, de las teclas de la máquina de escribir manual. La materialidad de un tecleo tiene un peso, es como si usara martillos para esculpir las páginas. Es como si labrara el mármol, sólo que mis trabajos son bidimensionales: me gusta ver las palabras y las frases cuando van tomando forma. Es un hecho estético. Del ordenador no me gustan ni siquiera las letras.
9. Charles Dickens es la excepción a la regla que dice que los escritores necesitan soledad para concentrarse. Esto fue lo que su cuñado Burntt contó sobre él en una ocasión:
Una tarde en Doughty Street, la señora Dickens, mi esposa y yo estábamos charlando de lo divino y lo humano al amor de la lumbre, cuando de repente apareció Dickens. “¿Cómo, vosotros aquí?”, exclamó. “Estupendo, ahora mismo me traigo el trabajo”. Poco después reapareció con el manuscrito de Oliver Twist; luego sin dejar de hablar se sentó a una mesita, nos rogó que siguiéramos con nuestra charla y reanudó la escritura, muy deprisa. De vez en cuando intervenía él también en nuestras bromas, pero sin dejar de mover la pluma. Luego volvía a sus papeles, con la lengua apretada entre los labios y las cejas trepidantes, atrapado en medio de los personajes que estaba describiendo…
10. John Wilmot, poeta y libertino inglés del siglo XVII, era conocido por menospreciar la labor y la dificultad de inculcar los mejores valores a la descendencia. Más tarde reconocería en público lo siguiente:
Antes de casarme tenía seis teorías sobre cómo educar a los niños. Ahora tengo seis hijos y ninguna teoría.
11. Mark Twain, en uno de sus viajes en tren por EE.UU., se topó con el revisor y no encontraba su billete. Tras una larga espera mientras el escritor buscaba por sus bolsillos, el empleado dijo:
—Ya sé que es usted el autor de Tom Sawyer, así que no se moleste, estoy seguro de que ha extraviado el billete.
—El problema es que, si no lo encuentro, no sé dónde debo bajarme —confesó Twain.
12. Federico García Lorca escuchaba a Rubén Darío, que en un momento dado recitó el siguiente verso: …que púberes canéforas te ofenden al acanto. El poeta granadino se levantó entonces y dijo:
—A ver, otra vez, por favor, que sólo he entendido el “que”.
13. Haruki Murakami se levanta a las 4 de la mañana y trabaja seis horas. Después de comer corre 10 km. o bien nada 1.500 metros, lee, escucha música y se va a la cama a las 21.00. Trata de seguir esta rutina cada día sin ninguna variación de forma que, según explica, termina sumiéndose en una especie de hipnosis que le permite alcanzar un profundo estado mental.
14. Jorge Luis Borges se encontraba en el funeral de su madre, Leonor Acevedo de Borges, cuando una mujer se le acercó a dar el pésame:
—Pobre Leonorcita, morirse tan poquito antes de cumplir los 100 años. Si hubiera esperado un poquito más…
—Veo, señora, que es usted devota del sistema decimal —replicó el escritor.
15. Victor Hugo se encontraba visitando la Suiza germanófona cuando entró en un restaurante. Dado que no sabía alemán, optó por pedir el plato más caro para asegurarse de que sería bueno, así que se decantó por un “Kalaische nach Rheinfall”. El camarero quedó sorprendido al comprobar que el el escritor francés no quería comer, sino que prefería dar un paseo en calesa hasta las cataratas del Rin, también ofertado en la carta.
16. James Joyce escribía cartas muy explícitas y subidas de tono a su amante y futura mujer, Nora. Lo que no es tan conocido es la inquietante obsesión que tenía con las flatulencias. Este fragmento está extraído de uno de sus manuscritos:
Creo que distinguiría un pedo de Nora en cualquier lugar. Incluso podría distinguirlo en una habitación llena de mujeres tirándose pedos. Es un sonido bastante femenino, no como el pedo fuerte y húmedo que imagino estilarán las mujeres gordas.
17. Ramón del Valle-Inclán fue citado ante el juez en cierta ocasión con motivo de un alboroto que había armado. Tras declarar su nombre y su oficio, este es el diálogo que mantuvieron:
—¿Sabe leer y escribir?
—No.
—Me extraña la respuesta.
—Más me extraña a mí la pregunta.
18. Rudyard Kipling se encontró un día con que el periódico que leía había publicado por error su epitafio. Inmediatamente, escribió a uno de los editores pidiéndole que, ya que estaba muerto, no se olvidaran de borrarlo de la lista de suscriptores.
19. Gabriel García Márquez recibió un fuerte puñetazo de Mario Vargas Llosa el 12 de febrero de 1976. Esta foto del escritor colombiano salió a la luz 30 años más tarde. Aunque sólo se puede especular con la causa del desafortunado encuentro, esto es lo que García Márquez declaró varios días después al diario Correo de Bogotá:
"Cuando me vi con Mario, me pareció verlo sonreír y que trataba de abrazarme. A esto se debió que cuando me pegó estaba completamente indefenso y con los brazos abiertos, de lo contrario me habría protegido por lo menos la cara. Caí sin conocimiento. Además, Mario tenía un anillo con el que me rompió la nariz"
20. Aldous Huxley tenía una vista deficiente y, aunque no fuera ciego, decidió aprender braille para poder dar descanso a sus resentidos ojos sin tener que renunciar a la lectura. El escritor decía que el esfuerzo mereció la pena sólo por el placer de leer en la cama en la oscuridad, con el libro y las manos situados cómodamente bajo las sábanas.
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