Manuel del Cabral: Compadre Mon
A Manuel del Cabral en un aniversario mas de su productiva y fructífera existencia.
Compadre Mon es un épico y descriptivo poema de la dominicanidad | en su versión folclórica y costumbrista de la sociedad dominicana | a principio del siglo XX. Compadre Mon es para Manuel del Cabral lo que es para Pedro Mir hay un país en el mundo. | Sendos poemas consagraron a ambos poetas como la expresión de dignos representantes de una corriente literaria propia | de la realidad social, cultural y política que rompía con un pasado | literario donde lo social y político, en cierta medida estaba prácticamente ausente en el costumbrismos literario. Juan Bosch, | es por igual representante de este nuevo rol social de la literatura a principios | del siglo XX. [Carta a] Compadre Mon Tanto he pisado esta tierra, que es ella la que anda ya. Compadre Mon. Por una de tus venas me iré Cibao adentro. Y lo sabrá el barbero, aquel que los domingos te podaba las barbas como quien poda un árbol de la patria. Y también Domitila lo sabrá, Domitila que mientras comadreaba tenía entre las manos unos duendes que hacían pan sabroso hasta el lodo. Y hablo de Domitila, porque sin esa cosa… quizá ni tu revólver fuera un poco de pueblo. Porque ella fue tu risa, fue tu pan y tu catre. ¿Qué hubiera sido entonces de esas cosas humildes que tocaron tus manos, tu calor, tus pisadas? Tu caballo hubiera sido siempre una bestia cualquiera. Tal vez sin estas cosas los muchachos con sueño ya hubieran enterrado tu pistola, tu espuela; todo lo que en tu cuerpo y en tu aire es la tierra que quiso no quedarse dormida. Porque tú, que no fuiste nunca niño de escuela, a la escuela te llevan en la boca los niños. Es que no quiero hablar de tus cosas mayores, ni aún de aquella extraña madrugada en que diste órdenes a un soldado para que repicara las campanas por tu llegada al pueblo. No. No quiero hablar ahora de tus cosas de todos. De lo que quiero ahora es hablar del remiendo que te hacía la tía en aquellos no aún gloriosos pantalones. Hablo de la ternura con que tú ya besabas sus manos costureras, cuando aún tus bolsillos se cargaban de piedras para romper faroles. La gente que te vio tan pequeñito no pensó que la tierra se iba a poner tan grande… Ahora, cualquiera cosa tuya huele a patria. Hasta Tico, el lechero que llega con un poco de leche en su sonrisa, y me dice: aquí, Manuel, estuvo Mon un día, ¡que no rompan la silla donde lo vi sentado, arrimao a esta puerta! Ya ves, Compadre Mon, no puedo hablarte ya de cosas grandes; tu pistola, tus barbas, tu caballo, tu nombre, todo es pequeño junto a esta sonrisa. ¡Cómo brilla tu historia en los dientes de Tico! Qué grande estás, Compadre Mon en esas cosas pequeñas. ¡Por las ventanas de Tico yo me iré Mon adentro! El maíz no lo sabe, ni el trueno, ni el agua. Pero tú estás en el maíz del niño que piensa crecer mucho y tener tu tamaño, y tener un caballo como el tuyo que entró en la historia a fuerza de ser patria. El trueno no lo sabe, pero tú estás en la garganta ronca de los tambores que enronquecieron de tanto hablar de ti…, de los rugidos del paso de tu sangre. El agua no lo sabe, pero eres, el agua con un cuento… tú le pusiste edad al agua de los hombres… al agua que más duele, la pesada ¡que siempre llena venas, y con sed siempre el hombre! Sin embargo, no quiero, no quiero hablar, compadre Mon, de esas cosas visibles tuyas… Yo prefiero decirte que Cachón, un muchacho enclenque de mi pueblo, estuvo muchos días y demasiadas noches, torturándose, fabricando, puliendo unas estrofas, y luego, sin comer, muchas veces, iba a mi casa, casi asustado, casi tartamudo, sorprendido, y como quien comete su más sagrado crimen, me decía: -Manuel, aquí tengo una cosa que quiero que tú veas. Pero nunca, nunca pude leerla, porque temblaba para darme aquello…, y volvía a su casacón aquello en secreto, y volvía a pulir, y a no dormir, ni comer, y volvía a hablar solo. De esto, Mon, sí quiero casi hablarte en familia: de aquel muchacho débil escribiendo tu nombre, buscando entre tus barbas raíces de la tierra, los árboles perdidos de la patria… De esto, Mon, sí quiero casi hablarte en familia: de aquel muchacho en huesos que iba a la barbería y diez veces le preguntaba al barbero que cuánto le debía… (Porque, Mon, es muy triste no terminar un verso). Aquel muchacho simple que perdió la memoria y que yo le decía que comiera… Aquella emoción pura que al nombrarte, parece que se abría las venas para que se bebieran hondo y tibio tu nombre. Esto sí me parece que no deja que el tiempo gaste hasta lo más simple de tu voz: tu sonrisa. Y a ti, Compadre Mon, que te encontré una tarde haciendo el hoyo puro del futuro cadáver de tu cuerpo (porque nunca supiste que tu muerte no cabe en ningún hoyo de la tierra). Yo mismo que de niño te conocí en el aire que respiraba el pueblo, iba ya repartiéndome tu vida, iba haciéndole un poco de mis cosas, iba ya no dejándole morir… Después el campamento se ocupó de tu nombre, de tus cosas mayores. Y era difícil ya, que como un hombre cualquiera, te pegaras un tiro, o te entregaras a menudencias, a pequeñas manías; porque hasta aquellas inútiles palabras a tu gato tenían ya un sentido, porque así son, Don Mon, todas las cosas que pertenecen a lo que ya tiene tamaño de destino… Un simple canto de gallo que despierta las cosas de la mañana, toma de pronto la estatura de un siglo. Si entre las cosas que se despiertan con su canto se levanta un caballo con la historia en el lomo. Te estoy diciendo esto, viejo Mon, ahora en que hacer unos versos y ponerse a decirlos es un peligro… tan grande como ponerse a hacer la patria con sables de madera de sándalo. Porque nosotros, los que hacemos estas cosas de sueño, no estamos preparados para la fiesta del honor con precio… Yo voy, a ratos, ciegos que tocan su instrumento por unos cuantos cobres. Muchas veces, después de sus canciones, voy a verme al espejo, y miro bien mi cara para ver si es la mía… Porque, a veces, cuando cantan los ciegos, muchas cosas del cuerpo voy dejando no sé a dónde… Por eso, pregunto por mi nombre cuando cantan los ciegos. Te estoy diciendo esto porque a veces lo que nació en tu pecho lo tienes en la mano… Te estoy diciendo esto, viejo Mon, porque a ratos, hablas conmigo cosas que hablando no me dices. He caminado mucho por los ríos que vienen de tu cuerpo cuando a oscuras te hicieron; y sé que cuando sangras te salen por las venas los sueños más varones. Es que desde hace tiempo, tú contruyes la patria, destruyéndote |
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