HISTORIA CONTEMPORÁNEA A PARTIR DE LA MUERTE DE TRUJILLO
Primera entrega
Amigos lectores, luego de las elecciones presidenciales y
congresionales del pasado 5 de julio 2020 que terminaron con 16 años
ininterrumpido del PLD en el gobierno, 2004-2020 y la llegada del PRM al poder
con Luis Abinader a la cabeza abre un nuevo capítulo en la historia política
dominicana. Entendemos que en la
republica dominicana se abrirá al finalizar la segunda década del siglo XXI una
nueva etapa política acompañada de un proceso de recomposición de fuerzas políticas,
económicas y sociales que le darán a la
república dominicana una nueva configuración al espectro político totalmente
diferente. Un PRM que llega al poder por primera vez y un PLD que pasa de
partido de gobierno a partido opositor; un Leonel Fernández que entra al
escenario con una nueva fuerza política llamada a jugar un papel preponderante
en el proceso de recomposición política indicado anteriormente.
Desde hace muchos siglos alguien dijo: “El que no sabe de
dónde viene no sabe a dónde va”. De ahí la importancia de estudiar la historia,
nuestros orígenes, causas y efectos de nuestros grandes y trascendentes
acontecimientos históricos, los aportes de nuestros héroes y patriotas. Dicen
que no se ama y defiende lo que no se conoce. Vamos a estudiar nuestra historia
para amar y defender a nuestra adorada quisquella, la tierra de Duarte, Luperon
y Juan Bosch, las tres raíces del árbol de la patria.
Por ahora estudiaremos la historia contemporánea a partir de
la muerte de Trujillo.
Iniciamos este periplo histórico con la lectura y comentarios
de algunos capítulos del libro escrito por el profesor juan Bosch: “Crisis de
la Democracia de América en la República Dominicana”. Escrito en el exilio
luego del golpe estado a su gobierno democrático en 1963. El libro dedicado a
José Francisco Peña Gómez dice así: A José Francisco Peña Gómez, y en él a la
juventud del pueblo, semilla de esperanza en la tierra dominicana. © Juan
Bosch, 1964.
Del libro “Crisis de la Democracia de América en la República
Dominicana” dice el profesor Bosch: “Este libro se ha escrito para poner de
relieve ante los ojos de dominicanos y latinoamericanos las debilidades
intrínsecas de una sociedad cuyo desarrollo ha sido obstaculizado
sistemáticamente por fuerzas opuestas a su progreso. Como resultado de esas
debilidades, la democracia, creada por el Pueblo, era también intrínsecamente
débil y no podía hacer frente a sus enemigos tradicionales”.
La democracia, Sigue diciendo el profesor, “es un régimen
político que se mantiene sobre la voluntad de todos los sectores sociales y de
todos los individuos que tienen alguna responsabilidad que cumplir como
ciudadanos. Si falta esa voluntad, la democracia no puede sostenerse. En la
República Dominicana, los sectores sociales más influyentes y los líderes
políticos que habían conquistado prestigio luchando contra la tiranía,
conspiraron en la forma más vulgar para derrocar el sistema democrático;
trabajaron concienzudamente en los cuarteles para llevar a los soldados a dar el
golpe del 25 de septiembre de 1963. Los soldados se dejaron conducir a esa
triste hazaña.
En la República Dominicana, dice Bosch, “se da un fenómeno
social digno de estudio: las masas del Pueblo tienen más conciencia, más
patriotismo, más concepto de sus deberes ciudadanos que la alta y la mediana
clase media, de las cuales salieron los líderes conspiradores de 1963. En ese
sentido, las diferencias son muy marcadas. Cualquier desocupado de los barrios
pobres de la Capital del país puede dar lecciones de honestidad política a los
que fueron candidatos presidenciales en las elecciones de 1962; y la razón no
está en virtudes personales del primero y en vicios personales de los segundos;
la razón está en que el primero pertenece a un grupo social coherente y los
segundos pertenecen a grupos sociales incoherentes”.
Bosch explica: “A menudo, en estos países nuestros quieren
verse los acontecimientos sociales y políticos en función de los hombres que
más se destacan en ellos; y no se ve lo que hay debajo, las corrientes que
mueven los suelos, los dedos que manejan los hilos de los títeres. En cierto
grado, todos somos títeres de fuerzas más poderosas.
Hasta cierto punto, este libro es continuación de uno
anterior: Trujillo: causas de una tiranía sin ejemplo. Aquel fue escrito poco
antes de que Trujillo muriera; éste, poco después. Trujillo fue el producto de
todas las fuerzas históricas adversas al desarrollo del Pueblo dominicano a
contar del día mismo en que Colón descubrió la isla en que se halla hoy la República
Dominicana. Pero la tiranía de Trujillo generó fuerzas nuevas y prolongó muchas
de las anteriores. (…) no sabía que muchos antitrujillistas eran, en realidad,
aspirantes a sustituir al tirano, no a liquidar su régimen. El golpe del 25 de
septiembre de 1963 sirvió para dejar eso en claro”. “Los dominicanos tienen que limpiar su tierra
de esa mala semilla. En el trabajo de limpieza, yo cumplí mi parte como líder
político, como presidente democrático, y ahora aspiro a hacerlo con este libro”.
Juan Bosch, Luquillo, Puerto Rico, 31 de julio de 1964.
CAPITULO I
Sinopsis capítulo I del libro del profesor Bosch “Crisis de
la Democracia de América en la República Dominicana”
I A LA MUERTE DEL TIRANO
A mediodía del 31 de mayo de 1961 estaba en San Isidro del
Coronado, en las afueras de San José de Costa Rica, en el comedor del Instituto
de Educación Política. Acababa de comer y hablaba con uno de los profesores
haciendo tiempo mientras llegaba la hora de iniciar las clases de la tarde,
cuando llegó un tropel de estudiantes —a la cabeza de ellos un dominicano
apellidado Llauger Medina— gritando que habían muerto a Trujillo. Minutos
después me comunicaban de la oficina que el Embajador de Honduras en Costa Rica
quería hablarme por teléfono. Era para confirmarme la noticia.
Esa misma tarde, mientras los muchachos del Instituto
desfilaban con banderas y cartelones por las calles de San José y organizaban
un mitin en el Parque Central —en el cual hablamos uno de los estudiantes, José
Figueres y yo—, desde la casa de don José Figueres hablé por teléfono con Ángel
Miolán, que se hallaba en Caracas, y le pedí que se trasladara a San José
cuanto antes y que convocara a la capital de Costa Rica a todos los
representantes del Partido Revolucionario Dominicano que estuvieran en
capacidad de viajar.
Miolán se movilizó sin perder un minuto, se puso en contacto
telefónico con varias seccionales y salió hacia Costa Rica vía Panamá. Pero
otros delegados seccionales no pudieron viajar y sólo alcanzaron a hacerlo dos
que tenían pasaportes norteamericanos: Ramón Castillo, secretario de la
seccional de Puerto Rico, y Nicolás Silfa, que tenía igual cargo en la
seccional de Nueva York.
Los obstáculos para viajar impidieron, pues, que en San José
de Costa Rica nos reuniéramos más líderes del Partido Revolucionario
Dominicano. Si no recuerdo mal, el 4 de junio estábamos ya Miolán, Silfa,
Castillo y yo discutiendo la salida de la crisis que se le presentaba a nuestro
país con la desaparición de Trujillo. Desde el primer momento mi opinión fue que
había llegado la hora de entrar en el país, y a medida que fueron llegando los
compañeros, hallaba que cada uno tenía las mismas ideas. Todos estuvimos de
acuerdo en que había llegado la oportunidad de mover a las masas dominicanas
hacia un destino mejor, y no podíamos dejar pasar esa coyuntura.
(…) el 13 de junio cablegrafiamos al doctor Joaquín Balaguer,
Presidente de la República Dominicana, y al Presidente de la Comisión de la
Organización de Estados Americanos que se hallaba en Santo Domingo, diciéndoles
que si se daban garantías suficientes el Partido Revolucionario Dominicano
trasladaría su equipo dirigente a la República Dominicana. Ambos contestaron
inmediatamente; Balaguer, diciendo que daba garantías, y el Presidente de la
Delegación de la OEA informando que había hablado con Balaguer, y que éste le
había asegurado que el PRD tendría garantías para actuar.
Desde luego, el Gobierno dominicano no tenía otra salida. En
el libro Trujillo: causas de una tiranía sin ejemplo, cuya segunda edición
estaba imprimiéndose en esos momentos en Venezuela, yo decía textualmente las
siguientes palabras (págs. 178-179): “[...] debido a que Trujillo resumió en su
persona todas las debilidades históricas dominicanas, y debido a que sus
condiciones personales fueron decisivas en la creación y en el mantenimiento de
esa vasta empresa llamada el régimen trujillista, esa empresa depende
vitalmente de la propia persona de Trujillo. Tal dependencia es el punto débil
de la tiranía, que no perdurará un día más allá de aquel en que Rafael Leónidas
Trujillo pierda el poder o dé la vida. Las circunstancias históricas que lo
produjeron a él como ser psicológico, militar, político y económico, no se han
reproducido ni se reproducirán en ninguno de sus herederos; ninguno de ellos,
por tanto, podrá actuar como él”.
La imposibilidad de que la tiranía se mantuviera saltaba a la
vista de cualquiera que hubiera estudiado con seriedad las características del
régimen. Por otra parte, presumía que Joaquín Balaguer iba a verse en una
situación difícil y sería forzado a presidir la liquidación del trujillismo. Yo
había estudiado despaciosamente el problema de las castas dominicanas y tenía
la convicción de que a la muerte de Trujillo se produciría en forma inevitable
la agrupación de los de “primera” para luchar por el poder; y por la forma
retraída en que Balaguer se había comportado toda su vida frente a ese sector
social, entendía que él no estaría con ese grupo, al cual no pertenecía ni por
nacimiento ni por inclinación, pero al mismo tiempo, para no ofrecer flancos
vulnerables a los ataques de ese grupo, tendría que comenzar inmediatamente a
desmovilizar la maquinaria de la tiranía.
En el orden nacional, a la muerte de Trujillo no se advirtió
movimiento alguno en el país. Ramfis Trujillo, el hijo del tirano, que se
hallaba en Europa cuando su padre fue muerto a tiros en la Avenida George
Washington de la capital dominicana, voló a Santo Domingo y tomó el mando
militar. Ya en el mando, se dedicó a satisfacer apetitos de venganza mediante
la cacería de los que habían participado en la conjura que le costó la vida a
su padre, y a ir sacando del país la mayor cantidad posible de dólares. El
país, mientras tanto, se hallaba paralizado por una crisis económica aguda que
tenía su origen primario en la crisis económica norteamericana de 1957, pero
que se había agravado en territorio dominicano por dos razones: por el derroche
de dinero que había hecho Trujillo en edificaciones suntuosas, no
reproductivas, para la Feria de la Paz, y por las sanciones que se le habían
impuesto a la República en la Conferencia de Cancilleres de San José de Costa
Rica celebrada en agosto de 1960.
A esa crisis económica se había sumado la crisis política
producida por la muerte del tirano, y todo ello junto afectaba a las fuerzas
armadas, base del poder de Ramfis Trujillo.
Los Estados Unidos, pues, no compraban azúcar dominicano;
pero sucedía que en esos meses de 1961 las reservas del dulce que tenían los
Estados Unidos iban en descenso, las cosechas de remolacha no eran buenas, la
producción de azúcar en países de Asia y de América libres de tiranías
amenazaba bajar. Washington, pues, veía la liberalización dominicana como una
solución no sólo a un problema político que afectaba su posición ante América
Latina, sino además como una necesidad de tipo económico que tenía reflejos
serios en los consumidores norteamericanos. Al mismo tiempo, sucedía que Ramfis
Trujillo, y con él su madre y sus hermanos, eran dueños del ochenta por ciento
de los ingenios de azúcar dominicanos —entre ellos, de los dos más grandes del
mundo—, y la familia Trujillo quería el poder pero quería más el dinero; de
manera que entre conservar el poder político en la República Dominicana y
obtener dólares vendiendo su azúcar en los Estados Unidos, Ramfis Trujillo
titubeaba; y nosotros, los dirigentes del PRD, que nos dábamos cuenta de su
situación, aprovechábamos ese titubeo.
¿Para qué lo aprovechábamos? ¿Para lanzarnos a la lucha por
el poder?
No; y este no, simple pero rotundo, requiere una explicación.
El estado de agitación política, de malestar económico, de
debilidad de las estructuras sociales en que dejaba Trujillo el país requería
una conducta muy limpia de parte de los que quisieran conducir el Pueblo
dominicano hacia una liquidación gradual, cuidadosa y no sangrienta de los
remanentes de la tiranía, lo cual no podía lograrse sin transformar todo el
ambiente dominicano. Se requería ante todo preguntarse con verdadera
honestidad, y responderse con igual honestidad, qué se buscaba.
Si se iba a la lucha por el poder, podían usarse en ese
momento dos fuerzas: la de las armas que estaba en manos de los militares, y la
de la presión exterior, que sólo Washington podía manejar. Usar a los militares
requería conspirar, y de la conspiración podían surgir algunos generales con el
poder político en la mano; además, conspirar era una infamia y nosotros no
habíamos luchado tantos años para caer en infamias. Usar a Washington era
renegar de los principios que nos habían situado desde hacía largos años en el
campo de la revolución democrática. La revolución democrática tenía que ser
básicamente nacional, hecha por las fuerzas del país. Como demócratas, podíamos
aceptar ayuda de los demócratas norteamericanos, estuvieran o no en el poder,
de la misma manera que la aceptábamos de los demócratas latinoamericanos; pero
no podíamos atar nuestra conducta a la de ningún gobierno extranjero, por
amistoso que se mostrara con nosotros.
Nuestros fines no podían ser la lucha por el poder sino la
movilización del Pueblo, y sabíamos que eso no podíamos hacerlo ni en un mes ni
en seis. Al mismo tiempo podíamos tratar de hacer la revolución desde el poder,
pero no como partido político sino como parte de un régimen de unión nacional,
y eso, como veremos en otro capítulo, no fue posible, por lo cual nuestra
función quedó en la primera parte, y para cumplir esa parte —es decir, la de
movilizar al Pueblo— no necesitábamos sino de nuestras propias fuerzas.
Esa movilización del Pueblo requería conocimiento del estado
de ánimo general, conocimiento de la psicología de nuestras masas sector por
sector, conocimiento del punto exacto en que se hallaba cada uno de esos
sectores en términos de evolución económica, social y política, conocimiento de
las aspiraciones de cada sector y de su capacidad para la lucha. Nosotros
creíamos saberlo y en consecuencia trazamos una línea que debía seguirse
estrictamente: ir despertando al mismo tiempo la conciencia social del Pueblo y
su conciencia política e ir matando simultáneamente el miedo nacional, el miedo
que se había metido en los huesos de la generalidad de los dominicanos; y hacer
eso dirigiéndonos en primer término a las grandes masas porque pensábamos que
eran las que menos deformación habían sufrido bajo las presiones de la tiranía
y las que más necesitaban liderazgo. A nuestro juicio, las clases medias
estaban deformadas por la fuerza demoledora del trujillismo y se lanzarían a la
conquista del poder tan pronto pudieran hacerlo.
La tarea era dura porque de antemano nos restábamos la ayuda
de la juventud de los tres sectores de la clase media —la alta, la mediana y la
pequeña—, y la juventud de la clase media es el alma de los movimientos
políticos renovadores en la América Latina.
Pues había sucedido que en los últimos dos años del
trujillato la juventud de los tres sectores de la clase media dominicana se
había lanzado a la lucha contra la tiranía; y lo había hecho estimulada, tal
vez más que por otra cosa, por el ejemplo de la victoria que había alcanzado en
Cuba Fidel Castro contra Fulgencio Batista. Cada joven dominicano de la clase
media se sintió hechizado con la ilusión de bajar de una montaña vencedor de
Trujillo, aclamado por los pueblos de América. Y sucedía que esa revolución
cubana no era la que el Pueblo dominicano estaba en capacidad de respaldar. A
mediados de 1961, las grandes masas dominicanas no tenían idea de lo que era la
justicia social, no tenían idea de por qué ellas pasaban hambre, sufrían
enfermedades y eran ignorantes y esclavas.
Entre la caída de Gerardo Machado en
1933 y la de Fulgencio Batista en 1958, los cubanos habían tenido una escuela
política de veinticinco años, y toda Cuba concurrió a ayudar a Fidel en su
lucha contra Batista. En la República Dominicana, el Pueblo no había
participado en la batalla antitrujillista.
En muy alta proporción, los jóvenes de las clases medias
dominicanas eran hijos de veteranos trujillistas, de abogados, arquitectos,
ingenieros, comerciantes y finqueros que habían hecho fortuna con los favores
de Trujillo. En Santo Domingo se daba un eco de la eterna respuesta de la
historia a los conflictos políticos y sociales: los hijos se rebelaban contra
los padres. Muchos de los padres de esos jóvenes hallaron en la rebelión de sus
hijos contra el trujillato —en las prisiones, torturas y exilios de sus hijos—
la justificación necesaria para seguir usufructuando el poder a la caída del
trujillismo. Un buen ejemplo para probar esa afirmación es el licenciado Rafael
F. Bonnelly.
La juventud que había conspirado desde 1959 se organizó
clandestinamente en el llamado Movimiento 14 de Junio, que después se denominó
Agrupación Política 14 de Junio. El nombre, por sí sólo, da idea de la
influencia que tenía la imagen de Fidel Castro en esos jóvenes; pero no se
piense que por eso tales jóvenes eran comunistas. Todavía Castro no se había
proclamado comunista. La juventud dominicana de la clase media admiraba en
Fidel al héroe que había derrocado a un tirano y al líder extremadamente
nacionalista, no al jefe de una revolución marxista-leninista. Cuando los
delegados del Partido Revolucionario Dominicano llegaron al país, muchos de los
líderes catorcistas* estaban presos, entre ellos el de más categoría, el doctor
Manuel Tavárez Justo, y el movimiento se mantenía en forma clandestina.
La delegación del Partido Revolucionario Dominicano llegó a
Santo Domingo el 5 de julio de 1961, es decir, a los treinta y cinco días de
haber sido muerto Trujillo por los arrojados conspiradores del 30 de mayo. La
presencia de los delegados del PRD en tierra dominicana dio al Pueblo la
sensación de que habían aparecido líderes que iban a protegerlo contra sus
tiranos; y los más valientes jóvenes, hombres y mujeres de los barrios que
forman el cinturón de hambre de la vieja Santo Domingo de Guzmán, se lanzaron a
la lucha.
Ese hecho tuvo tanta importancia en la historia dominicana,
que merece —y yo diría que requiere— unos párrafos para explicarla, pues,
aunque han pasado algunos años desde entonces, todavía el sector dominicano que
escribe la historia no se ha dado cuenta de lo que significa el 5 de julio de
1961 como hora inicial de la formación de una conciencia en las masas
dominicanas.
* Catorcista: localismo dominicano de “catorcista”, es decir,
partidario de la Agrupación 14 de Junio.
Nota: Continuara "HISTORIA CONTEMPORÁNEA A PARTIR DE LA MUERTE DE TRUJILLO" en la próxima entrega
Nota: Continuara "HISTORIA CONTEMPORÁNEA A PARTIR DE LA MUERTE DE TRUJILLO" en la próxima entrega
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