Cuba: 1868-2018, una sola Revolución
- Obtener enlace
- X
- Correo electrónico
- Otras aplicaciones
Cuba: 1868-2018, una sola Revolución
Mujeres de arrojo en el oriente cubano
Santiago de Cuba: Demajagua repicó en el Moncada y la Sierra Maestra(+Fotos)
Fotos: internetPor Martha Cabrales Arias
Santiago de Cuba, 2 oct (PL) Transcurridos siglo y medio del alzamiento independentista de Carlos Manuel de Céspedes contra el dominio colonial español en el ingenio Demajagua y 60 años del triunfo de la Revolución Cubana, ambos acontecimientos se entrelazan en la historia nacional.
Santiago de Cuba, 2 oct (PL) Transcurridos siglo y medio del alzamiento independentista de Carlos Manuel de Céspedes contra el dominio colonial español en el ingenio Demajagua y 60 años del triunfo de la Revolución Cubana, ambos acontecimientos se entrelazan en la historia nacional.
En ese mismo sentido pueden encontrarse afinidades y paralelismos entre Carlos Manuel de Céspedes, el hacendado que inició la gesta liberadora, y Fidel Castro, el joven abogado que tuvo cabal percepción del momento histórico para desatar las fuerzas redentoras que durante décadas anidaron en el alma cubana.
En diálogo con Prensa Latina, el doctor en ciencias históricas Frank J. Solar comienza por aquella imagen que resume en su simbolismo esa continuidad: la del estudiante de la Escuela de Derecho de la Universidad de La Habana junto a la campana que tañó su rebeldía el 10 de octubre de 1868.
Evoca el joven historiador aquella circunstancia, cuando los veteranos y el Ayuntamiento de Manzanillo le confiaron la reliquia para un mitin de protesta contra el presidente Grau en La Habana. En tren viajó hasta depositarla en el Salón de los Mártires de la Universidad.
Enfatiza Solar en los orígenes de ambos, nacidos en cunas acomodadas y con notable formación culta y humanista, una parte de ella transcurrida en colegios religiosos. Los dos con títulos de abogado, que tuvieron a bien echar a un lado en pos de defender a la Patria como causa mayor.
Céspedes, al dar la libertad a sus esclavos y proclamar que se rompían las hostilidades contra el colonialismo español, y Fidel, con el asalto al Cuartel Moncada y las posteriores acciones para el derrocamiento del dictador Fulgencio Batista, renunciaron a una vida de bonanzas, brillo intelectual y fortunas personales, acotó el estudioso.
Indicó que la huella cespediana y de los próceres independentistas del siglo XIX se encuentra a lo largo del pensamiento y el quehacer del líder de la Revolución Cubana. Así se refleja en el alegato que pronunciara en su autodefensa ante la acusación por el ataque a la segunda fortaleza militar cubana el 26 de julio de 1953.
'Se nos enseñó a venerar desde temprano el ejemplo glorioso de nuestros héroes y de nuestros mártires. Céspedes, Agramonte, Maceo, Gómez y Martí fueron los primeros nombres que se grabaron en nuestro cerebro, se nos enseñó que el Titán había dicho que la libertad no se mendiga sino que se conquista con el filo del machete. Se nos enseñó que el 10 de octubre y el 24 de febrero son efemérides gloriosas y de regocijo patrio porque marcan los días en que los cubanos se rebelaron contra el yugo de la infame tiranía' fueron palabras de Fidel en el documento conocido después como La historia me absolverá, enfatizó.
En su trayectoria como jefes militares, el profesor de la Universidad de Oriente encuentra puntos de contacto emanados de concepciones como las de las invasiones de Oriente hacia Occidente, arrebatar las armas el enemigo como una vía importante para adquirirlas y el proselitismo entre la emigración cubana, principalmente en Estados Unidos.
Los distingue además, según el presidente de la Cátedra honorífica consagrada a Fidel Castro en esa institución, la capacidad para discernir el momento justo para lanzarse al combate, sin esperar por ese imposible de tener todas las condiciones creadas ni delegar en otras fuerzas esa decisión impostergable.
En una línea de continuidad sostenida a lo largo de la última etapa de las luchas emancipadoras de los cubanos, la impronta de los mambises, como fueron llamados los oficiales y soldados rebeldes del siglo XIX, estuvo presente en cada una de las contiendas clandestinas en las ciudades y en las guerrilleras en las montañas de la Sierra Maestra, asevera el historiador.
Para entenderlo así en su absoluta dimensión bastarían las palabras del líder cada vez que en discursos o entrevistas aludía a más de un siglo de constante batallar por la libertad de Cuba. Que en la Isla hubo una sola Revolución, la iniciada aquel glorioso 10 de octubre, fue su pronunciamiento esencial al celebrar el centenario en el mismo lugar donde ocurrió el alzamiento.
mem/mca
En diálogo con Prensa Latina, el doctor en ciencias históricas Frank J. Solar comienza por aquella imagen que resume en su simbolismo esa continuidad: la del estudiante de la Escuela de Derecho de la Universidad de La Habana junto a la campana que tañó su rebeldía el 10 de octubre de 1868.
Evoca el joven historiador aquella circunstancia, cuando los veteranos y el Ayuntamiento de Manzanillo le confiaron la reliquia para un mitin de protesta contra el presidente Grau en La Habana. En tren viajó hasta depositarla en el Salón de los Mártires de la Universidad.
Enfatiza Solar en los orígenes de ambos, nacidos en cunas acomodadas y con notable formación culta y humanista, una parte de ella transcurrida en colegios religiosos. Los dos con títulos de abogado, que tuvieron a bien echar a un lado en pos de defender a la Patria como causa mayor.
Céspedes, al dar la libertad a sus esclavos y proclamar que se rompían las hostilidades contra el colonialismo español, y Fidel, con el asalto al Cuartel Moncada y las posteriores acciones para el derrocamiento del dictador Fulgencio Batista, renunciaron a una vida de bonanzas, brillo intelectual y fortunas personales, acotó el estudioso.
Indicó que la huella cespediana y de los próceres independentistas del siglo XIX se encuentra a lo largo del pensamiento y el quehacer del líder de la Revolución Cubana. Así se refleja en el alegato que pronunciara en su autodefensa ante la acusación por el ataque a la segunda fortaleza militar cubana el 26 de julio de 1953.
'Se nos enseñó a venerar desde temprano el ejemplo glorioso de nuestros héroes y de nuestros mártires. Céspedes, Agramonte, Maceo, Gómez y Martí fueron los primeros nombres que se grabaron en nuestro cerebro, se nos enseñó que el Titán había dicho que la libertad no se mendiga sino que se conquista con el filo del machete. Se nos enseñó que el 10 de octubre y el 24 de febrero son efemérides gloriosas y de regocijo patrio porque marcan los días en que los cubanos se rebelaron contra el yugo de la infame tiranía' fueron palabras de Fidel en el documento conocido después como La historia me absolverá, enfatizó.
En su trayectoria como jefes militares, el profesor de la Universidad de Oriente encuentra puntos de contacto emanados de concepciones como las de las invasiones de Oriente hacia Occidente, arrebatar las armas el enemigo como una vía importante para adquirirlas y el proselitismo entre la emigración cubana, principalmente en Estados Unidos.
Los distingue además, según el presidente de la Cátedra honorífica consagrada a Fidel Castro en esa institución, la capacidad para discernir el momento justo para lanzarse al combate, sin esperar por ese imposible de tener todas las condiciones creadas ni delegar en otras fuerzas esa decisión impostergable.
En una línea de continuidad sostenida a lo largo de la última etapa de las luchas emancipadoras de los cubanos, la impronta de los mambises, como fueron llamados los oficiales y soldados rebeldes del siglo XIX, estuvo presente en cada una de las contiendas clandestinas en las ciudades y en las guerrilleras en las montañas de la Sierra Maestra, asevera el historiador.
Para entenderlo así en su absoluta dimensión bastarían las palabras del líder cada vez que en discursos o entrevistas aludía a más de un siglo de constante batallar por la libertad de Cuba. Que en la Isla hubo una sola Revolución, la iniciada aquel glorioso 10 de octubre, fue su pronunciamiento esencial al celebrar el centenario en el mismo lugar donde ocurrió el alzamiento.
mem/mca
De las armas a la resistencia, bosquejo de la nación cubana (Parte I)
Por Luis Antonio Gómez Pérez *
La Habana (PL) La contraposición entre las corrientes de pensamiento ético relacionadas con la dependencia y la emancipación condujeron en gran medida al surgimiento de la nación cubana y a la definición de elementos de la cultura, hábitos, tradiciones y mitos constitutivos de su identidad.
La Habana (PL) La contraposición entre las corrientes de pensamiento ético relacionadas con la dependencia y la emancipación condujeron en gran medida al surgimiento de la nación cubana y a la definición de elementos de la cultura, hábitos, tradiciones y mitos constitutivos de su identidad.
En esta isla, la formación de valores autóctonos estuvo determinada por la contradicción entre ambas direcciones de pensamiento y, a lo largo de la historia nacional, los distintos acontecimientos que enrumbaron el destino del país fueron dictados por su naturaleza irreconciliable.
Hace 150 años, cuando los hacendados del oriente del país tomaron las armas el 10 de octubre producto de las agudas contradicciones políticas y las diferencias socioeconómicas entre las regiones, quedó planteada una propuesta -por primera vez con efectos- que juntaba, entre otros intereses de la nacionalidad, la independencia, la libertad y la abolición de la esclavitud.
El alzamiento encontró acogida en vastos sectores populares. Según Carlos Manuel de Céspedes, iniciador de las luchas, Cuba necesitaba de todos sus hijos para conquistar la independencia.
Por tanto, la categoría de ciudadanos hecha por el Padre de la Patria también incluía 'a los parias de la sociedad esclavista: los pardos y morenos de la factoría, los mulatos y negros de la colonia, los campesinos y jornaleros, a todos los que se encontraban repudiados bajo el régimen español de segregación', apunta el historiador Jorge Ibarra en Ideología mambisa.
Luego, en Guáimaro, la Constitución allí aprobada solo acotó la nacionalidad proclamada por Céspedes señalando que 'todos los ciudadanos de la República se consideran soldados del Ejército Libertador'.
De tal forma, la suerte de la cubanidad quedaba vinculada a la existencia de la patria como entidad libre y soberana. El rasgo simbólico más importante en este sentido fue la constitución de la República de Cuba en Armas. Esto estableció que la contienda iniciada era una confrontación entre dos naciones.
Los logros de la Guerra de los 10 años (1868-1878) no se limitaron a la integración de los cubanos en pos de un ideal común y el surgimiento de diversas instituciones (entre ellas, la República en Armas y el Ejército Libertador), también aparecieron elementos que paulatinamente se convirtieron en aspectos de lo identitario nacional, como el propio término 'mambí'.
A pesar de que en este período hubo contradicciones entre los dirigentes de la revolución, 'al proclamar la confraternidad étnica, la igualdad jurídica y la libertad política, la vanguardia revolucionaria del 68 sentaba las bases definitivas para la formación de la nación cubana', afirma Ibarra.
¿CÃ'MO SE LLEGÃ' A TAL PUNTO?
Si bien las guerras independentistas en la segundad mitad y finales del siglo XIX marcan el período de cristalización de la nación cubana, las décadas previas a ese momento contienen el sustrato teórico de la insurrección y arrojan luz sobre el devenir de la isla hasta el presente.
Para muchos historiadores, el proceso de formación de la nación comenzó a finales del siglo XVIII y continuó a lo largo de todo el XIX, aunque también existen elementos confirmatorios de la presencia de un pensamiento sobre cuestiones genuinamente cubanas anteriores a esta enmarcación temporal.
Según el destacado intelectual cubano Cintio Vitier (en Ese sol del mundo moral), es notable la temprana influencia que tuvo en la formación de la nacionalidad un pensamiento ético vinculado al sentido de la justicia, al sacrificio del individuo en aras de los intereses sociales y al ideal de progreso por medio de la educación, la cultura, la ciencia y el pleno ejercicio de la libertad natural al ser humano.
De acuerdo con el historiador Eduardo Torres-Cuevas, en el siglo XVIII se dan dos momentos importantes en el desarrollo de una conciencia propia. El primero ocurre pasada la primera mitad de la centuria cuando aparecen en el país las primeras obras de autores criollos que responden a la necesidad del reconocimiento de las raíces y la definición de un pueblo diferente.
El segundo se inicia a partir de 1790 con el proceso de creación de una comunidad intelectual que posibilitó la racionalización del sentimiento indefinido del criollo: el desarrollo de una autoconciencia de sí, dice el académico en el artículo En busca de la cubanidad II.
Durante el período fue de vital importancia la figura del sacerdote Félix Varela, quien en la primera mitad del siglo XIX propuso una combinación de ética y patriotismo en la que enunció una fórmula de cubanía antisegregacionista, apoyada en la definición de los objetivos, valores y relaciones que debían regir a la nación.
'El carácter electivo del pensamiento vareliano, basado en el arte de razonar y en la experiencia, permitió trazarle un rumbo propio al pensamiento cubano. Necesariamente esta actitud implicaba el desarrollo de una conciencia cubana, no porque existiese la nación, sino por la aspiración a crearla', alegan Torres-Cuevas y Oscar Loyola en Historia de Cuba: 1492-1898.
Varela estaba convencido de que Cuba permanecería un tiempo prolongado bajo dominio español, por lo que se necesitaba que cada cubano se desligara de la mentalidad colonial para ayudar a construir el sueño de la patria.
Su pensamiento ético está asociado a los orígenes de la liberación de la isla, a la defensa de su peculiar singularidad, de su derecho a constituirse como nación, y al rechazo de cualquier forma de anexión o absorción cultural, apunta el periodista y académico Julio García Luis en su tesis doctoral.
Para mediados de la década de los años 50 del siglo XIX, fue José de la Luz y Caballero quien reanimó en la Universidad el estudio y discusión de temas políticos y sociales.
Según este filósofo y educador, defensor de las concepciones varelianas centradas en la idea patriótica, la acción de los cubanos debía estar en cada una de sus actividades intelectuales o políticas, pero, sobre todo, en la formación del hombre y con el fin de crear una nación que no existía.
Luego, con el fracaso reformista en las Cortes Españolas se produjo una verdadera dispersión ideológica entre los criollos. Muchos cambiaron de concepciones políticas y, precisamente, fueron estos los que con más fuerza atacaron la idea patriótica de Varela.
'La crisis de valores unida a la presencia del recrudecimiento de las luchas sociales, los llevaron a la negación de las consideraciones patrias, primer paso en el camino al anexionismo pronorteamericano', explican Torres-Cuevas y Loyola.
Muy pronto estas corrientes antinacionales recalaron en el anexionismo, que cobró fuerzas durante la década de los años 40 y el primer lustro de los 50 del siglo XIX, inspirado en el triunfo dentro de Estados Unidos de una tendencia expansionista y de la existencia de opiniones en aquel país a favor de anexarse la isla.
Por ejemplo, la visión de Gaspar Betancourt Cisneros, figura destacada del núcleo anexionista de Puerto Príncipe (actual Camagüey), muestra a una Cuba que, anexada, 'adquiriría riquezas sólidas, sin escrúpulos, zozobras, ni peligros'.
'Los 500 mil advenedizos no serían por cierto 500 mil salvajes africanos, malayos e indios, que es la gente que los cubanos pueden esperar que les permita traer el gobierno de España para cruzar y perfeccionar su noble raza, sino serán 500 mil yankees, alemanes, franceses, suizos, belgas, diablos y demonios, pero diablos y demonios blancos, inteligentes, industriosos...'.
De un modo u otro, las clases dominantes demostraban un desprecio al pueblo más allá de las consideraciones raciales y de su estatus político-social. Por suerte sus voces no eran las únicas, también existían otras, como la de José Antonio Saco, que, expresando el pensamiento de lo nacional, manifestaban que aquellos no tenían más patria que sus ingenios.
Saco fue uno de los primeros en utilizar el término patria como un concepto globalizador, que implicaba la existencia de lo cubano como factor diferenciante de lo español. Sin embargo, en su obra hay un aspecto muy polémico referido a la raza: para él, la nacionalidad cubana era la formada por los blancos (unos 400 mil individuos, a la fecha).
El recelo del negro se arraigaba hasta tal punto que, ante el peligro de una guerra civil en la cual el esclavo volcase el quitrín de su amo, la consigna del movimiento reformista era 'Cuba española antes que africana', explica Jorge Ibarra.
No obstante, el aporte fundamental de Saco en lo referido a la nación fue caracterizarla a partir de la constitución de un estado y gobierno propios. Además, su mayor temor era la posibilidad de la anexión de Cuba a Estados Unidos, pues, de suceder, se diluiría la identidad de la isla.
La anexión sería realmente una absorción por parte del país del norte y la nacionalidad cubana perecería. A pesar de que los cubanos en aquel momento no tenían realmente patria, al menos aspiraban a tenerla.
LA CREACIÃ'N DEFINITIVA DE LOS CUBANOS
Volviendo al período de luchas insurreccionales, la capitulación del Ejército Libertador no pudo detener la conformación de la nación, en contraste, pudiera decirse que los años posteriores al final de la llamada Guerra Grande condujeron a la cristalización de la nacionalidad cubana.
Este proceso tuvo como soportes principales al pensamiento y la obra de José Martí. Para el intelectual revolucionario -relata el investigador checo Josef Opatrny- 'la nación era una comunidad de hombres de lengua, cultura, tradiciones y objetivos idénticos, entre los que el cubano hacía hincapié en el logro de la independencia y la constitución del Estado capaz de proteger los intereses de sus habitantes y de garantizar los derechos cívicos e igualdad social'.
El discurso martiano partía de la afirmación de que en Cuba ya estaban presentes las fuerzas necesarias para forjar una nacionalidad propia y que estas solo necesitaban ver en la insurrección el único medio para quebrar el obstáculo opuesto a una existencia política: la dominación colonial, reconoce el historiador español Antonio Elorza.
Martí creía que la pertenencia a la nación no debía recaer en un decreto, sino en la adhesión libre y consciente de cada uno de sus miembros. Como explica Eduardo Torres-Cuevas en En busca de la cubanidad III, 'Martí le dio al concepto de cubano el más profundo e integrador contenido social'.
Lo hizo mediante dos definiciones que han devenido reglas en la búsqueda de la cubanidad: la primera cuando detalló que cubano era 'más que blanco, más que mulato, más que negro', y la segunda, complementaria de la anterior, contenida en su concepto de patria.
'Patria es humanidad', y 'no es más que el conjunto de condiciones en que pueden vivir satisfechos el decoro y el bienestar de los hijos de un país. No es patria el amor tradicional a un rincón de la tierra porque nacimos en él: ni el odio a otro país (...) Patria es comunidad de intereses, unidad de tradiciones, unidad de fines...', escribió.
Otra de las características del proyecto martiano fue el enfrentamiento a los modelos identitarios hispánico y anglosajón, lo que le permitiría identificar los rasgos de la nación por su contraste respecto a esos grupos. En esa misma línea, Martí reconoció en Estados Unidos un peligro para la independencia de Cuba.
Con la preparación de la llamada Guerra Necesaria -iniciada en 1895- el artífice de la revolución ayudó a nuclear la conciencia de todo un pueblo en torno al ideal nacional.
Este último período del siglo XIX fue el que definitivamente 'creó a los cubanos, golpeó al racismo y a las castas, cerró a Estados Unidos la posibilidad de anexarse a Cuba, unificó al territorio, construyó ciudadanía, exigió una república con instituciones democráticas y proveyó visiones de futuro del país', afirma el ensayista Fernando Martínez Heredia en su libro El corrimiento hacia el rojo.
A partir de entonces comenzaría una nueva etapa en la cual, desde los esfuerzos por dejar atrás el vínculo con España y, a la vez, alejarse de la influencia norteamericana, van a redefinirse las representaciones de la nación cubana.
arb/wmr/tgp
*Periodista de la Redacción Nacional de Prensa Latina.
Hace 150 años, cuando los hacendados del oriente del país tomaron las armas el 10 de octubre producto de las agudas contradicciones políticas y las diferencias socioeconómicas entre las regiones, quedó planteada una propuesta -por primera vez con efectos- que juntaba, entre otros intereses de la nacionalidad, la independencia, la libertad y la abolición de la esclavitud.
El alzamiento encontró acogida en vastos sectores populares. Según Carlos Manuel de Céspedes, iniciador de las luchas, Cuba necesitaba de todos sus hijos para conquistar la independencia.
Por tanto, la categoría de ciudadanos hecha por el Padre de la Patria también incluía 'a los parias de la sociedad esclavista: los pardos y morenos de la factoría, los mulatos y negros de la colonia, los campesinos y jornaleros, a todos los que se encontraban repudiados bajo el régimen español de segregación', apunta el historiador Jorge Ibarra en Ideología mambisa.
Luego, en Guáimaro, la Constitución allí aprobada solo acotó la nacionalidad proclamada por Céspedes señalando que 'todos los ciudadanos de la República se consideran soldados del Ejército Libertador'.
De tal forma, la suerte de la cubanidad quedaba vinculada a la existencia de la patria como entidad libre y soberana. El rasgo simbólico más importante en este sentido fue la constitución de la República de Cuba en Armas. Esto estableció que la contienda iniciada era una confrontación entre dos naciones.
Los logros de la Guerra de los 10 años (1868-1878) no se limitaron a la integración de los cubanos en pos de un ideal común y el surgimiento de diversas instituciones (entre ellas, la República en Armas y el Ejército Libertador), también aparecieron elementos que paulatinamente se convirtieron en aspectos de lo identitario nacional, como el propio término 'mambí'.
A pesar de que en este período hubo contradicciones entre los dirigentes de la revolución, 'al proclamar la confraternidad étnica, la igualdad jurídica y la libertad política, la vanguardia revolucionaria del 68 sentaba las bases definitivas para la formación de la nación cubana', afirma Ibarra.
¿CÃ'MO SE LLEGÃ' A TAL PUNTO?
Si bien las guerras independentistas en la segundad mitad y finales del siglo XIX marcan el período de cristalización de la nación cubana, las décadas previas a ese momento contienen el sustrato teórico de la insurrección y arrojan luz sobre el devenir de la isla hasta el presente.
Para muchos historiadores, el proceso de formación de la nación comenzó a finales del siglo XVIII y continuó a lo largo de todo el XIX, aunque también existen elementos confirmatorios de la presencia de un pensamiento sobre cuestiones genuinamente cubanas anteriores a esta enmarcación temporal.
Según el destacado intelectual cubano Cintio Vitier (en Ese sol del mundo moral), es notable la temprana influencia que tuvo en la formación de la nacionalidad un pensamiento ético vinculado al sentido de la justicia, al sacrificio del individuo en aras de los intereses sociales y al ideal de progreso por medio de la educación, la cultura, la ciencia y el pleno ejercicio de la libertad natural al ser humano.
De acuerdo con el historiador Eduardo Torres-Cuevas, en el siglo XVIII se dan dos momentos importantes en el desarrollo de una conciencia propia. El primero ocurre pasada la primera mitad de la centuria cuando aparecen en el país las primeras obras de autores criollos que responden a la necesidad del reconocimiento de las raíces y la definición de un pueblo diferente.
El segundo se inicia a partir de 1790 con el proceso de creación de una comunidad intelectual que posibilitó la racionalización del sentimiento indefinido del criollo: el desarrollo de una autoconciencia de sí, dice el académico en el artículo En busca de la cubanidad II.
Durante el período fue de vital importancia la figura del sacerdote Félix Varela, quien en la primera mitad del siglo XIX propuso una combinación de ética y patriotismo en la que enunció una fórmula de cubanía antisegregacionista, apoyada en la definición de los objetivos, valores y relaciones que debían regir a la nación.
'El carácter electivo del pensamiento vareliano, basado en el arte de razonar y en la experiencia, permitió trazarle un rumbo propio al pensamiento cubano. Necesariamente esta actitud implicaba el desarrollo de una conciencia cubana, no porque existiese la nación, sino por la aspiración a crearla', alegan Torres-Cuevas y Oscar Loyola en Historia de Cuba: 1492-1898.
Varela estaba convencido de que Cuba permanecería un tiempo prolongado bajo dominio español, por lo que se necesitaba que cada cubano se desligara de la mentalidad colonial para ayudar a construir el sueño de la patria.
Su pensamiento ético está asociado a los orígenes de la liberación de la isla, a la defensa de su peculiar singularidad, de su derecho a constituirse como nación, y al rechazo de cualquier forma de anexión o absorción cultural, apunta el periodista y académico Julio García Luis en su tesis doctoral.
Para mediados de la década de los años 50 del siglo XIX, fue José de la Luz y Caballero quien reanimó en la Universidad el estudio y discusión de temas políticos y sociales.
Según este filósofo y educador, defensor de las concepciones varelianas centradas en la idea patriótica, la acción de los cubanos debía estar en cada una de sus actividades intelectuales o políticas, pero, sobre todo, en la formación del hombre y con el fin de crear una nación que no existía.
Luego, con el fracaso reformista en las Cortes Españolas se produjo una verdadera dispersión ideológica entre los criollos. Muchos cambiaron de concepciones políticas y, precisamente, fueron estos los que con más fuerza atacaron la idea patriótica de Varela.
'La crisis de valores unida a la presencia del recrudecimiento de las luchas sociales, los llevaron a la negación de las consideraciones patrias, primer paso en el camino al anexionismo pronorteamericano', explican Torres-Cuevas y Loyola.
Muy pronto estas corrientes antinacionales recalaron en el anexionismo, que cobró fuerzas durante la década de los años 40 y el primer lustro de los 50 del siglo XIX, inspirado en el triunfo dentro de Estados Unidos de una tendencia expansionista y de la existencia de opiniones en aquel país a favor de anexarse la isla.
Por ejemplo, la visión de Gaspar Betancourt Cisneros, figura destacada del núcleo anexionista de Puerto Príncipe (actual Camagüey), muestra a una Cuba que, anexada, 'adquiriría riquezas sólidas, sin escrúpulos, zozobras, ni peligros'.
'Los 500 mil advenedizos no serían por cierto 500 mil salvajes africanos, malayos e indios, que es la gente que los cubanos pueden esperar que les permita traer el gobierno de España para cruzar y perfeccionar su noble raza, sino serán 500 mil yankees, alemanes, franceses, suizos, belgas, diablos y demonios, pero diablos y demonios blancos, inteligentes, industriosos...'.
De un modo u otro, las clases dominantes demostraban un desprecio al pueblo más allá de las consideraciones raciales y de su estatus político-social. Por suerte sus voces no eran las únicas, también existían otras, como la de José Antonio Saco, que, expresando el pensamiento de lo nacional, manifestaban que aquellos no tenían más patria que sus ingenios.
Saco fue uno de los primeros en utilizar el término patria como un concepto globalizador, que implicaba la existencia de lo cubano como factor diferenciante de lo español. Sin embargo, en su obra hay un aspecto muy polémico referido a la raza: para él, la nacionalidad cubana era la formada por los blancos (unos 400 mil individuos, a la fecha).
El recelo del negro se arraigaba hasta tal punto que, ante el peligro de una guerra civil en la cual el esclavo volcase el quitrín de su amo, la consigna del movimiento reformista era 'Cuba española antes que africana', explica Jorge Ibarra.
No obstante, el aporte fundamental de Saco en lo referido a la nación fue caracterizarla a partir de la constitución de un estado y gobierno propios. Además, su mayor temor era la posibilidad de la anexión de Cuba a Estados Unidos, pues, de suceder, se diluiría la identidad de la isla.
La anexión sería realmente una absorción por parte del país del norte y la nacionalidad cubana perecería. A pesar de que los cubanos en aquel momento no tenían realmente patria, al menos aspiraban a tenerla.
LA CREACIÃ'N DEFINITIVA DE LOS CUBANOS
Volviendo al período de luchas insurreccionales, la capitulación del Ejército Libertador no pudo detener la conformación de la nación, en contraste, pudiera decirse que los años posteriores al final de la llamada Guerra Grande condujeron a la cristalización de la nacionalidad cubana.
Este proceso tuvo como soportes principales al pensamiento y la obra de José Martí. Para el intelectual revolucionario -relata el investigador checo Josef Opatrny- 'la nación era una comunidad de hombres de lengua, cultura, tradiciones y objetivos idénticos, entre los que el cubano hacía hincapié en el logro de la independencia y la constitución del Estado capaz de proteger los intereses de sus habitantes y de garantizar los derechos cívicos e igualdad social'.
El discurso martiano partía de la afirmación de que en Cuba ya estaban presentes las fuerzas necesarias para forjar una nacionalidad propia y que estas solo necesitaban ver en la insurrección el único medio para quebrar el obstáculo opuesto a una existencia política: la dominación colonial, reconoce el historiador español Antonio Elorza.
Martí creía que la pertenencia a la nación no debía recaer en un decreto, sino en la adhesión libre y consciente de cada uno de sus miembros. Como explica Eduardo Torres-Cuevas en En busca de la cubanidad III, 'Martí le dio al concepto de cubano el más profundo e integrador contenido social'.
Lo hizo mediante dos definiciones que han devenido reglas en la búsqueda de la cubanidad: la primera cuando detalló que cubano era 'más que blanco, más que mulato, más que negro', y la segunda, complementaria de la anterior, contenida en su concepto de patria.
'Patria es humanidad', y 'no es más que el conjunto de condiciones en que pueden vivir satisfechos el decoro y el bienestar de los hijos de un país. No es patria el amor tradicional a un rincón de la tierra porque nacimos en él: ni el odio a otro país (...) Patria es comunidad de intereses, unidad de tradiciones, unidad de fines...', escribió.
Otra de las características del proyecto martiano fue el enfrentamiento a los modelos identitarios hispánico y anglosajón, lo que le permitiría identificar los rasgos de la nación por su contraste respecto a esos grupos. En esa misma línea, Martí reconoció en Estados Unidos un peligro para la independencia de Cuba.
Con la preparación de la llamada Guerra Necesaria -iniciada en 1895- el artífice de la revolución ayudó a nuclear la conciencia de todo un pueblo en torno al ideal nacional.
Este último período del siglo XIX fue el que definitivamente 'creó a los cubanos, golpeó al racismo y a las castas, cerró a Estados Unidos la posibilidad de anexarse a Cuba, unificó al territorio, construyó ciudadanía, exigió una república con instituciones democráticas y proveyó visiones de futuro del país', afirma el ensayista Fernando Martínez Heredia en su libro El corrimiento hacia el rojo.
A partir de entonces comenzaría una nueva etapa en la cual, desde los esfuerzos por dejar atrás el vínculo con España y, a la vez, alejarse de la influencia norteamericana, van a redefinirse las representaciones de la nación cubana.
arb/wmr/tgp
*Periodista de la Redacción Nacional de Prensa Latina.
Comentarios
Publicar un comentario